La voz de Alfredo Matesanz

Hubo un tiempo en el que la radio era el único medio de alumbrar a una ciudad entre montañas y girasoles. A diferencia del resto de cuentos no había princesas ni brujas —quizás las hermanas Guadalupe— y el narrador se convertía en protagonista sin quererlo. Desde aquella máquina de amplitud y frecuencia modulada, Alfredo Matesanz contaba lo acontecido en Segovia y para los segovianos, sin olvidar las noticias de un mundo más pequeño en su garganta. Lo hacía tal y como se hace desde el principio de la tradición oral, con emoción pero sin prisa, con rigor y fuego de campamento, tanto que muchos críos nacidos en los ochenta se dormían con su voz de fondo. Así es como entró en muchas casas para nunca más abandonarlas, un padre presente e invisible… hasta que se le apagó la radio.

Sucede siempre. Los mejores se despiden antes, como si de alguna manera su legado quisiera tomar la palabra que dejan en suspenso, y más en este caso. Porque Alfredo Matesanz vivía intensamente su ciudad y la ciudad latía con el impulso de un hombre al que le brillaban los ojos detrás de un bigote y un micrófono con esponja.

Ese es el problema de vivir, que uno crece y aprende a asumir lo inaceptable, la pérdida y su silencio. Sin embargo, hubo alguien que se mantuvo joven hasta el último día porque en la radio el tiempo pasa de otra forma, al ritmo de los minutos y el presente. Hoy los segovianos andan perdidos porque falta el narrador de su historia. Encontrarán el camino en el viento, junto a los campos de trigo, entre las ondas. Gracias, Alfredo «Radio».

Ilustración: Jose Luiz López Saura

Adiós a Jota Mayúscula

Hoy, 11 de septiembre de una mañana menos, Jota Mayúscula no pincha más; y sin él las rimas se han quedado mustias, desprovistas del ritmo necesario para convertirse en puños. Lo sé. ¿A quién le importa la música de las palabras o directamente la música? ¿Quién se acordará mañana de un referente del rap recitado en español? Pues resulta que mucha peña. Porque él —y esto no es un privilegio otorgado por la muerte— fue uno de esos adelantados a su tiempo y espacio que decide arrancar la cultura del hip-hop de los muros y barrios periféricos, darle el vuelo necesario para atraer a las ondas de radio a fanáticos de la guitarra eléctrica, dotar a lo que no se ve de la reverberación de un vinilo que gira, y gira, y gira.

Así, cada domingo, entre legañas y resacas, los chavales escuchábamos sus camas para Frank T, otra letra mayúscula del abecedario, y desenmarañábamos juntos un paisaje ajeno en nuestra propia lengua, entendíamos que, con paciencia y voluntad, el mundo se construye, se transforma y vuelve a destruirse. Como una frase, como un beat, como el miembro de un miembro del club de los poetas violentos.

Jesús Bibang González se ha parado y la nostalgia invade este viernes con aspecto de zona bruta. Creo que ya no volveré a escuchar la radio de la misma forma. Tampoco la música se encuentra ahí dentro ahora. Sin embargo, hoy se me antoja necesario recuperar sus bases, su flow incontenible, esa garganta gritando aquello de «el espectáculo más grande del mundooooooooooooooo». Nos quedamos sin uno de los mayúsculos. Los mediocres resisten. D.E.P.J.M.

Ilustración: LUDWIG HIRSCHFELD-MACK (1893-1965)