Aquellos que prefieren la tortilla cruda y dicen «me putoencanta»

Desde hace varios meses, el mundo, esa esfera dentro de la sartén del universo, templada en la superficie y ardiente en su núcleo, da muestras de agotamiento. Y lo hace por la sencilla razón de que las personas que lo ocupan —deberían cobrarnos a todos una cuota equivalente al volumen que desalojamos— adquieren comportamientos raros, gustos extravagantes, se expresan de maneras distintas, quizás arrastradas por el aburrimiento, quizás por intereses espurios.

Me estoy refiriendo a aquellos a los que les encanta la tortilla de patatas cruda, una balsa viscosa a base de albúmina en la que flotan rodajas de tubérculo y que se esparce por el plato como una sopa sin barquitos de pan. Horroroso. El problema no está en este plato de origen diabólico, sino en su combinación con la expresión «me putoencanta». Este menú de barra, achatado por los polos con cerveza, me produce una indigestión difícil de explicar. Porque la tortilla… vale; cada uno con lo suyo, pero el prefijo intensificador «puto» pegado a un verbo para referirse a la expresión más depurada de nuestra gastronomía… ¡eso no!

Resulta que la RAE lo acepta de buena gana y yo, un madurito con aspecto de universitario perpetuo me niego a utilizar esa antífrasis que me suena a reciclaje anglosajón, obligándome a establecer una línea anaranjada — semejante a la del líquido procedente del interior (acuoso) derramado sobre mis vaqueros— entre los que prefieren decir «esto está de puta madre» y esos jovencitos con los brazos llenos de tinta y el pelo como una bandera LGBT. Así es, la diferencia entre ser joven o viejo se reduce al empleo de una sola palabra. ¡Qué puto asco de tortilla, Dios santo! ¡Qué mundo tan putoatortillado!