La historia no se repite; la repetimos en nosotros. De ahí que solamente cambie el marco de un cuadro viajando desde el año 218 hasta 2022. Por entonces, Heliogábalo, emperador proclamado emperatriz, ya confundía el orden de las estaciones y los usos de la juventud. Cruel, sádico y loco del arpa sin cuerdas, organizaba fiestas en las que se divertía llevando al límite las pasiones de sus súbditos, ardor que ocultaba miedos, anhelos, ambición de gloria. Se recostó sobre su estómago, ordenó que abrieran el techo del palacio y colmó al respetable de rosas y violetas. El peso terminaría por asfixiarlos.
La belleza del lienzo es tan apabullante que la acción principal queda en suspense, apartada de la mente del espectador y frente a él. Sucede igual con este Benidorm Fest, encuentro de aspirantes a públicos más amplios donde la música no hace pie entre tanto artificio, hundiéndose bajo las conjuras de los despachos, las coreografías y las votaciones. Intercambiemos Heliogábalos por audiencias y el circo se hace fuerte en la era del injerto capilar. Cuestión de mercado.
Ahora que los músicos invisibles van desapareciendo y que importa más el vestuario y la conexión emocional que lo cantado, la solución pasa por concursar, es decir, retomar la única formula que sale a cuenta para los de siempre. Resulta que el precio de la independencia de los participantes pierde ante el ansia de representar a un país en una grieta. Y la experiencia, de pronto, se hace deporte. Será por eso que a mí también me falta el aire.
