Hoy me dejó las llaves en la mesa… acompañadas de una nota. La nota decía cosas que no vienen a cuento, que me queda el arte y mucha vida. También a ella, a los dos por separado. Me quedé mirándolas de pie, la nota y las llaves, las llaves a un lado del margen, su firma al final de la misiva. La luz entraba en diagonal por la ventana, convertía la cocina en otro sueño, el mismo que vivimos juntos, el mismo que hoy ha terminado. Entonces lloré sobre la mesa, un llanto hueco, como de bestia que mira las estrellas. Es cierto, soñé un mundo con los ojos abiertos estando ella cerca. Y el mundo continuará girando dentro de sus párpados.
No fui capaz de colocar las llaves en su sitio, el llavero de pared junto a la puerta. Ahí están otros juegos viejos, incluso de otras llaves que abrían otras puertas. No fui capaz. Abrí un cajón que contenía un sobre. Dentro del sobre coloqué las llaves, todas menos la del buzón que necesito. Faltaba algo. Añadí la nota firmada con su letra buena, un nombre en cursivas claro. Cerré el sobre con saliva. Cerré el cajón mirando hacia otro lado. Regresé a la cocina. Volví a llorar sobre la mesa ya vacía.
He dejado pasar el rato, vagado por la casa en calzoncillos siguiendo el rastro de su pelo, el mío. Las despedidas son así, raras, tristes. He prometido guardar las llaves de recuerdo, darles otro uso, quizás fundirlas y enterrarlas donde mi padre está enterrado, que es una urna guardada en un cajón de pino. La ausencia abre ventanas, cierra otras cerca del ventrículo, cicatriza. Ahora tengo menos miedo de lo próximo, ahora quiero reír estando vivo. Tengo la llave.
