Que sea fácil

Puedes verlo en los ojos de la gente: «pero que sea fácil», repiten. Entonces resulta inevitable pensar en el qué, porque, excepto la muerte, pocas cosas vienen dadas. Y menos aún las importantes. Con facilidad se adquiere lo preciso en la vida, aunque tendamos a confundir comodidad con fluidez entre tantas dificultades adquiridas.¿Alguna vez una relación fue fácil? ¿Fue fácil tocar el Preludio No. 1 de Bach en Do mayor? Define la palabra fácil. La facilidad es un destello, un poder, la esperanza de un mundo en el que todo es sencillo menos compartir espacio, aire, día a día.

Normalmente, este «que sea fácil» viene acompañado de una fotografía en un campo de lavanda. Fue fácil porque invertiste tiempo y cuidados en convertir una pista de hielo en un sillón orejero. Sucede lo mismo con las plantas. Necesitan música por los pasillos de casa, luz de lado, agua, palabras de ánimo, inquilinos que bailan frente a la ventana. De lo contrario, se marchitan o algo peor: mueren de pena. La facilidad nos llega con el hábito. Y el sol florece.

Cuando sea mayor todo será fácil. Mientras tanto, dedico el tiempo a entender ese empeño por la facilidad, convencido de la importancia del obstáculo. El peldaño como montaña, el charco a nuestros pies como océano, una nota preludio del silencio. Nada que ver con complicarse, sino con la certeza de que esquivar la traba nos traerá problemas. No quiero nada difícil, pero tampoco olvidarme de esta máxima: «es fácil amar a quien no nos ama y ser amados por quien no podemos amar». Tan sencillo como eso.

Ilustración: Guy Billout

Nunca hay una buena manera de dejarlo

Dejar a alguien representa un duelo menor. También la manifestación más humana del daño al otro. Porque o se deja o uno se deja ir. De lo contrario, dos se convierten en prisioneros de algo que no existe y que se mantiene de la peor manera: alargándolo. Nunca cuadra. Es martes y hay resaca, mejor más tarde. Y pasan semanas, meses, años. De ahí el miedo al abandono. Entonces, llega el día. Respiramos bajito antes de dar el paso. Hay muchas formas de dejarlo que, en realidad, son dos. Del «no quiero estar contigo» uno se cura. De una desaparición… Luego está la mentira. Pero esa resta.

«No quiero estar contigo» implica el uso de la sinceridad como bola de demolición. Decir la verdad supone un gran disgusto, uno solo. Después lágrimas, silencio, adioses. El problema está en su uso indebido, cuando la verdad aspira a ser demasiado precisa, demasiado verdad. Aporta fechas, lugares, un pasado de cera hecho presente perfecto. Esa verdad nunca grita, arrasa como buena hija del desencanto. Representa la mejor opción si se maneja con cuidado. Y casi nadie sabe hacerlo.

Desaparecer, práctica de cobardes… entre los que me incluyo. Muy extendida, sucia, deja todo en suspenso, como el olor a flores de los mercados. Se ha normalizado tanto que, poco a poco, va perdiendo su invisibilidad para agrietar los ojos de la gente. A los cobardes también nos abandonan. Ya me lo advirtió mi padre: «de la mentira nunca se vuelve». La mentira tiene forma de piedad y tripas de abandono. También cuando es piadosa. Si tienes que dejarlo, intenta hacerlo bien, aunque nunca haya una buena manera de hacerlo.

Ilustración: Joan Cornellà

Cuando sabes que va a acabar

Hay algo que nos empuja a seguir intentándolo. En ocasiones pasa por locura. Otras, las más, se parece a la costumbre de dos haciéndose un poco más de menos cada noche, es decir, uno y uno en la intersección improbable del colchón. Entonces el día a día no es más que una sucesión de tiempo deshilachándose, de nosotros en él y mangas cortas. Sucede de repente. Porque las cosas van bien hasta que ya no y, como es imposible localizar ese instante que torció el devenir de la pareja, intentamos enderezarlo hacia detrás, regamos una planta con raíces y sin hojas. De tanto indagar en el fondo de la memoria, terminamos sumergidos en la ausencia y la añoranza de nosotros sin nosotros. Bienvenidos al presente.

Recuerdos que valen más que la pareja, preguntas cuya respuesta imita las peores formas de indiferencia, silencios rotos por la posibilidad del llanto. A veces, compartimos un rato delante del televisor. Mirarse a los ojos implicaría volver a la primera vez que nos miramos, un START despojado de dudas y temores. GAME OVER. Sabíamos que podría suceder, que borrarnos era una probabilidad tan firme como las arrugas del iris, el ruido al recoger las migas y el roce con el aire. Había que vivirlo, de ahí el vacío que precede al adiós como principio de algo que se muere.

¿Por qué este empeño en saltar juntos desde lo alto del puente? ¿Cuándo llegará el impacto? Sería mejor cerrar los ojos y aguantar, eso hacían los viejos. Les fue bien. ¿Qué tal un tajo limpio y rojo sangre y a por la otra mano? Si sabemos que todo llega a su fin, ¿de dónde procede esta insistencia de animales acorralados? A fin de cuentas, el amor sigue siendo el único síntoma de vida humana en la Tierra, antónimo de lucha, creador de todo lo visible y lo invisible. Y tú y yo ya no nos vemos.

Ilustración: Guy Billout