Anatomía del 2020

Todos, y digo casi todos, nos vinimos muy arriba el día 31 de diciembre del pasado y viejísimo año. Joder, entre resoluciones y abrazos pudimos vislumbrar un más allá que por fin despejaba algunas incógnitas, desplegaba proyectos y despegaba de manera inminente. Error. Sucedió exactamente lo contrario… con la excepción de Amaro Ferreiro que ha disfrutado del tiempo de su vida durante estos meses de infierno-invierno.

Enero de 2020. Frío, pero virgen. Quizás algo más desapacible de lo normal en Irak. Ya se tramaba algo en el helicóptero de Kobe Briant. No pasa nada.

Febrero. Se dan las condiciones idóneas de vida en la tierra y podemos mudarnos a un apartamento con dos ventanas, echar a andar el nuevo negocio o simplemente ahorrar. Se respira el perfume de las rebajas. Es nuestro año, fijo. Además «Parásitos» logra el Oscar a la mejor película. El mundo puede y debe cambiar.

Marzo. Un señor con acento raro sentado frente a una bandera de la OMS declara una pandemia. Sí, en ese aquel momento la palabra sonaba a metáfora. Unos días más tarde cierran la torre Eiffel y muchos compatriotas regresan de Italia con tos.

Abrilmayojunio. Tres meses que cuentan por uno y representan la oportunidad de parar. Sueño húmedo para muchos, prolapso anal para otros. Esto va en serio. Habrá que esperar a julio para sentir los efectos secundarios de conocerse mejor.

Llega Julio. Salimos a la brillante claridad del día. Nada ha cambiado para cambiar para siempre. Efectivamente, aquel sueño húmedo muta en una ansiedad de caballo. Eso sí, en verano no se contagia tanto.

Agosto. Los rusos tienen la vacuna. Ay, dios mío. Podemos dormir tranquilos. Creo.

Septiembre. Un millón de muertos. Un uno y seis ceros sin rostro, ni velatorios. Un máximo de un abrazo por persona.

Octubre. Igual que septiembre con menos conciertos.

Noviembre. Gana Biden y pierde Maradona. La normalidad es una mascarilla con olor a encía.

Diciembre. Raphael se hace un lío escribiendo su nombre, la vacuna no es la panacea y lo único intacto es el pasado. A ver cuántas incertidumbres conseguimos aguantar en 2021. Seguiremos creyendo en la belleza del sueño.

Ilustración: www.craigfrazier.com

¿Será el 2019 el año de la religión vegana?

No lo soñé: la nieve ardía, el metro avanzaba lentamente y un tío sentado a mi lado se indignaba al escuchar a dos palurdos disfrazados con un traje dos tallas más grande discutiendo acaloradamente sobre alguna actitud machista generalmente aceptada del sujeto A para con la novia del sujeto A:

—Tío, eres un cerdo.

—Eso lo serás tú, asqueroso.

Fue pronunciar la palabra cerdo y mi compañero de viaje cerró los puños, chascó el cuello, torció la boca formando un ocho invertido y se dirigió hacia ellos llevado por la cólera del «Dragón Vegano»:

—Por favor, no se os vuelva ocurrir utilizar esa palabra para referiros a un ser humano: los animales están muy por encima de la única especie que supone un verdadero peligro para el planeta…

Se creó un silencio en el vagón de tales dimensiones que se nos bajó el pedo a mí y al maquinista. De hecho, la onda expansiva de estas palabras fue tan enorme que al llegar a casa no pude evitar tirar a la basura la pata de jamón, regalo de la empresa, y llegar a dos conclusiones:

  1. Tenemos que estar preparados para todo: la sociedad evoluciona de tal manera que por mucho que lo intentemos siempre nos quedaremos atrás, sorprendidos por el ritmo de crucero de una mente, la humana, que gira al doble de la velocidad de la luz, es decir: a toda hostia.
  2. Ahora que el movimiento vegano/animalista se ha normalizado hasta el punto de aparecer en las descripciones del perfil de Instragram de cualquiera (junto a ocupación laboral, edad y biografía inventada) y cada vez nos sorprende menos que un hombre pueda matar a otro pero la idea de matar a un animal nos parece absolutamente aberrante, es posible que asistamos al veredicto a favor del caso de Jordi Casamitjana, hombre blanco, heterosexual y de barba pintada con típex, que alegó en los tribunales ser despedido por sus creencias veganas.

Quizás lo que comemos nos defina más que cualquier otra cosa… En todo caso tenemos todo un año para comprobarlo.