Sangay Abascal, el homo facha perdido

Cuando pensábamos que lo de los coches y la Díaz Ayuso era insuperable, llega el ‘chulazo’ de Santiago Abascal y en un un minuto y cuarenta y dos segundos de intervención convierte el Congreso de los Diputados en un fenómeno ‘paraanormal’. Su proclama —que incluía a todos los españoles independientemente de su color, edad, sexo y ¿orientación sexual?— es una entelequia tan sobrecogedora que, de pronto, el algoritmo de Google no sabe si incluirle junto a Ernst Röhm, patrón de la ‘Gaystapo’, o si nombrarle sucesor de Pedro Cerolo… con una Smith & Weeson en el paquetón.

Así es como el hombre del traje ‘apretao’ insta al gobierno a alejarse del odio y la idolatría contra personas de cualquier condición, apela al amor libre y la humanidad, y se vanagloria de no despreciar a nadie por su tendencia carnal sin desaflojarse la corbata. Tras el silencio sonoro del hemiciclo es inevitable pensar en Vox como ese partido integrador e inclusivo en el que los gays son maricones y comealmohadas, la homosexualidad se cura y sus integrantes esgrimen el típico «yo tengo muchos amigos invertidos» con un pin parental en la solapa.

Revelada la cara del cinismo en modo cuero —Sangay Abascal sería la reina del «Strong«—, cuesta entender un poco más a sus votantes gays, más convencidos que nunca de que una cosa es el programa electoral y otra la acción política, como si la fantasía de verle algún día en una carroza del Orgullo fuera más poderosa que el peligro que representan para las minorías. Resulta que también lo son para todos los demás.

Ilustración: Filippa Edghill