De Javier, de Pe y los envidiados

Cuatro compatriotas en los Oscar de este año, ¡cuatro! Casi todos celebran la nominaciones de Alberto Iglesias y Alberto Mielgo. En cambio, una parte del corral, más o menos la mitad, descarga su malafollá contra Javier Bardem y Penélope Cruz. En ese gesto inútil se concentra nuestro mayor pecado de proximidad: la envidia cargada de complejos, o sea, la española. Si no hubieran nacido en Las Palmas y Alcobendas habría que alegrarse (a la fuerza) por el éxito de lejos, cuanto más mejor. Sin embargo, la pareja remueve algo que nada tiene que ver con su talento. De ahí que por estos lares sea envidiable eso que es bueno.

La razón se suele atribuir a la desconfianza y el resentimiento crónico, aunque ambos cuentan con gran aceptación en, por ejemplo, Francia e Inglaterra. Tanta belleza, tantos ingresos y ese deje de izquierdas… ¡imperdonable! Sí, pero aún escuece mas su triunfo sin trampas, antónimo de medrar, ascender a base de humo y pelotazos. Si «juzgamos» su trabajo en la pantalla —de ahí la nominación—, no hay más remedio que rendirse a la evidencia y darles Goyas, Globos de Oro y sobre todo las gracias por poner un país de pocos en la galaxia cinéfila.

Entre tanto revuelo ante el trabajo bien hecho, olvidamos un detalle importante. Los actores dependen de los demás para desempeñar su oficio: un teléfono que suena cada vez menos, personajes destinados a ser fotogramas y emoción, aquel casting que lo cambió todo. Quizás pensar en ello pueda ayudarnos a discernir al ciudadano y sus circunstancias del personaje que interpreta ese sueño de cine. Ahí, lejos de la furia y por una vez, estaremos todos de acuerdo. Sois maravillosos.

Scarlett Johansson

En Manhattan, Nueva York. Hace 37 años. Así que felicidades, Scarlett. Desde entonces te hemos escuchado crecer, también visto y adorado. Sobre todo esto último. Porque algunas veces —normalmente cada siglo— aparece una actriz que encarna a todas las mujeres en una, como si de alguna forma extraña los personajes confluyeran en una boca, y por ende en las fantasías nunca resueltas de hombres y mujeres. Y es que los primeros quieren ser como ella para saber cómo se sienten siendo diosas y las segundas aborrecen los cuentos de hadas, aunque ella exista.

Esto en lo que se refiere a lo que brilla. En el recuerdo y los fotogramas queda la mocosa con ojeras, la de la perla y otras piedras de olor, el punto de partido y su revolcón entre trigales, las luces de Tokio en aquella pupila con vistas a la soledad, su voz de autómata rota sacando a Joaquin Phoenix de la tristeza en línea… en definitiva, toda una vida vivida a través de sus ojos y los de los espectadores clavados en ella.

Resulta que hay actrices así, concebidas por una mente superior que, con el empujón de la genética, resultan convincentes interpretando a la Rebecca de «Ghost World» y a una superheroína de gatillo fácil. Da igual, siempre interesante, un poco de periferia, inalcanzable. En ese sueño que es el cine imagino que le rozo un hombro en un descuido, que ella ignora el gesto culpable y se aleja caminando por una calle cualquiera de una ciudad cualquiera, dejando tras de sí una bandada de pétalos. Quizás algún día… y por eso hoy cumple años. Lo sé, no es el regalo que querrías, tú eres el mío, el nuestro. Happy birthday, Escarlata.