Ternura

Es en la ternura que existimos. Dentro de ella es posible ser nosotros, también lo oculto por miedo a que nos hagan daño. Porque la ternura se manifiesta alrededor de alguien que necesita calor para desperezarse. De lo contrario, muere en nuestro cuerpo tibio. Pocos quieren mostrar su flanco de cristal, ser juzgados por frágiles o flores de garza blanca, definición del humano con apegos. Descansa en la ternura, niño. Qué mejor forma de seguir latiendo, de aceptar tu imperfección perfecta.

La ternura es revolucionaria, nunca efímera, se rebela contra la pasión porque carece de segundas intenciones. De ahí que trence lazos deshilachados, invisibles. Sin ternura resulta imposible entregarse a los demás, también a uno. Porque uno es lo que es. También lo que no quiere ser o nunca se atrevió a decir en alto, no por tratarse de algo vergonzante, sino porque admitirlo implica alejarse de los héroes. Y los héroes nunca lloran. Tampoco escuchan.

El corazón tiene cerebro porque tantea lo que es importante para el otro y lo convierte en una mirada, en una mano sobre la frente, puede que en una palabra justa. Cuestión de supervivencia. También de amor, de madres y de gatos recién paridos. Hay que esparcir ternura, dejar su reguero en actos insignificantes que dan sentido a todo lo vivido y lo por vivir. «Ni luna ni siquiera espuma, nos bastan dos o tres segundos de ternura». Nos bastan. Y el tiempo deja de pasar en un abrazo.

Ilustración: Darek Grabus

Echar de menos

Puede que perder a alguien al que has querido bien se parezca a la muerte. Al menos los primeros días, estaciones. La extrañeza pesa como el mármol porque, si él o ella no está, tú ahora tampoco. Entonces te desvelas siendo todavía noche, más solo, más flaco. A tu lado yace lo que fuiste una vez antes, huesos, hueco sin reemplazo. Poco importan las palabras, menos el tiempo. Echar de menos cuenta como enfermedad. Remediable, eso sí. El mundo ahí fuera se vacía, es esa cama con dos almohadas, una sin pelos.

Sentir la falta recuerda a la nada en un domingo. Extrañas la ternura entendida como bálsamo, única porque procede de ese rincón secreto, de dos a los que nadie ve salvo las paredes de una casa. La confianza se construye con abrazos y algo de mortero. Ni siquiera los amigos pueden dártela, aunque lo intenten. También extrañas la locura de poder ser tal y como tú te miras, con el otro cerca, con todos los defectos y el brillo de los ojos aún intacto. El rastro se intuye en la pintura, en el recuerdo. Será que vives.

Así echas de menos, creyendo que nunca nadie podría hacerlo de la misma forma, ni siquiera el extrañado. ¿Cuánto tiempo puede durar una costumbre? Con esta duda vamos dejándonos atrás, más despacio que el tiempo, con los días y su afán tapando la grieta… a pesar de que te conduzcan indefectiblemente al otro, ese que ya no está, que fue, que respira bajo un cielo sin aire. No hay nada peor que recordar un tiempo feliz en un instante triste. Y a pesar de ti amanece.

Ilustración: Guy Billout