Ahora que el tiempo es una variable extraña y remamos en un presente errático de recuerdos y festivales perdidos, es el momento perfecto para zambullirnos en la ficción de los libros, en la relación con nuestra pareja convertida en compañero de celda o en «Tiger King», una serie de Netflix que es, por méritos propios, la versión palurda de un drama shakesperiano ambientado en la América profunda, a grandes rasgos España a día de hoy y desde hace cuarenta y nueve días.
La premisa es la siguiente: «Si hay más tigres en los patios traseros de Estados Unidos que en libertad, ¿qué puede salir mal?». Pues todo. Para confirmarlo ahí tenemos a Joe Exotic —una mezcla de Belén Esteban, el comisario Villarejo y el Banano pasado por un filtro rosa— dueño de un zoo en Oklahoma y obsesionado con Carol Baskin —animalista de turbio pasado—, las armas de fuego, los piercings en la ceja, los likes, el tinte y el amor polígamo. Y claro, como la realidad supera siempre la ficción aquí hay más villanos y muertes que en las ocho temporadas de «Juego de Tronos».
El caso es que, poco a poco y a este lado del charco, encontramos a muchos políticos que adquieren la forma fieramente humana de Joe Exotic, sus maneras, esa bilis convertida en metralla, incluso el estilismo virtual, olvidándose de que una gran parte de los ciudadanos, y por primera vez en mucho tiempo, han venido a ver correr a los guepardos y las panteras, no a los supuestos dueños del zoo. Será que en cautividad somos incapaces de evadirnos de nosotros mismos.
