Mientras miles de personas pierden la vida, sus trabajos y gran parte de las esperanzas acumuladas desde 2008, en las redes sociales se producen situaciones dignas de estudio. Lejía inyectable, conspiraciones, odio en su forma precelular, lorzas, bloqueos y aburrimiento a la undécima potencia son el pan de cada día, con el caso de la tortilla de patata y Jon Kortajarena convertido en ejemplo culinario de la lucha de clases.
El mejor pelo del planeta, de pecho pluscuamperfecto y melanina color café tirando a Julio Iglesias, ha conmocionado a millones de internautas al hacer público su incidente con Glovo —empresa de reparto a domicilio—. En una serie de mensajes, Jon muestra su disconformidad con las dos horas de retraso en su pedido y así lo hace saber, intercambiando mensajes —suponemos que con un trabajador mal pagado— salpicados de humor y flashazos de vedette caprichosa. Termina añadiendo que se lo cancelen y despidiéndose con un «manda huevos, nunca mejor dicho».
El españolito medio, endemoniado porque hoy es sábado con aspecto de lunes de hace cincuenta años, no ha tardado en lanzarse a su cuello de cisne griego, exponiendo de nuevo las vergüenzas de un mundo dislocado. Por un lado el hombre busto que paga una tortilla y la quiere ya, y por otro una población que ve sus aspiraciones reducidas a chalaza, el hilito blanco de la yema del huevo. De pronto, un modelo famélico no es más que carne cruda colgando en un congelador virtual. Con la comida no se juega, querido.
