Amaia, el azote relámpago de OT

Amaia, la chiquilla del mentón de púgil y ojos al borde del llanto, siempre mantuvo el fuego desterrado de un juego televisivo que ostenta el dudoso mérito de devolver a la música su lugar entre las masas catódicas.

Y el fuego quema, se diferencia de la rueda porque no gira en círculos concéntricos y se extiende de manera sorpresiva, lejos de los despachos que pretenden rentabilizar a supuestos cantantes a base de canciones ramplonas envueltas en lugares comunes, estribillos para niños de baba e imitadores de Sia, Leiva y Dua Lipa.

A veces ocurre, y el relámpago que precede a la tormenta puede ser solamente eso, un momento fugaz que desaparece para siempre entre nubes cargadas de electricidad estática o aterrizar en medio de un campo seco y desprovisto de referentes musicales que, con una chispa invisible, empieza a arder.

«El relámpago» es la nueva canción del que será su primer disco y viene acompañada de un vídeo con un caballo blanco triste, los dedos torpes de Amaia sobre un móvil sin marca y unas flores de plástico en combustión permanente, imágenes con una estética depurada que enmascaran una canción que, sin ser nada del otro mundo, demuestra una clara vocación por enterrar la estela del programa, a su cuadrilla de compañeros aburridísimos y la alargada sombra del aquí, el ahora y «nada de carreras a largo plazo».

Supongo que todos queremos ser aceptados, en casa, en la calle y en el trabajo y sin embargo, muy pocos mantienen sus convicciones a salvo —Amaia es uno de ellos—, eligiendo el camino menos transitado, el que lo cambia todo. El otro te termina convirtiendo en una camiseta…, en el mejor de los casos.

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