Disparen al inmigrante

Sucede algo muy extraño con los inmigrantes. Y recalco esta palabra frente a la utilizada en los medios de comunicación: migrantes. Porque, a pesar de que el movimiento implica una dirección —a veces interrumpida por el oleaje, la sed o el zarpazo de la muerte—, no se percibe de la misma forma a aquel que abandona su país dejando la vida a sus talones que al que se atreve a presentarse (sin avisar) en casa ajena. La persona es la misma, alma provista de huesos y una camisa sucia, y sin embargo, el receptor en la orilla cambia, ahora testigo, más tarde juez. Mientras tanto, inmigrantes y emigrantes hacen cola en la fábrica del miedo de la vieja Europa. Y entonces la muerte se hace norma.

Nadie se atrevería a negar que los flujos migratorios son, junto al cambio climático, los principales problemas de nuestra era, pero quizás los primeros sean los más urgentes por la sencilla razón de que suceden bajo la la mirada oblicua del mundo, dividida entre los festivales de música y el holocausto marítimo, perdida por encima del paisaje y el ruido de políticos criminales —Ábalos eres basura— que declaran sin tapujos que «los abanderados de la humanidad no tienen que tomar decisiones»; así que mejor barrer para casa hasta que el resto de países asuman «responsabilidades comunes». ¿En qué momento la vida dejó de serlo?

Es cierto. Los inmigrantes no son amigos nuestros. Ni siquiera compartimos dioses o festivos, cielo y flores para los muertos. Sus hijos tampoco van al mismo colegio que las hermanas Sánchez, y su lugar de nacimiento no representa nada más que la posibilidad de una isla, destino vacacional de ida y vuelta; en cambio, tenemos una obligación hacia ellos, precisamente por nuestro empeño en conectar el mundo, por derribar muros y barreras de ceros y unos abandonando en el intento a familias de segunda categoría, las mismas en búsqueda de una vida digna, esa promesa incumplida de un sistema imperfecto.

En el horizonte nos espera la conciencia del supuesto primer mundo, un cuerpo inerte flotando en el mar de los Sargazos.

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