No se sabe a ciencia cierta quién dijo aquello de «vamos a volvernos locos» pero, por si acaso había alguna duda, la frase en cuestión pertenece desde el 13 de septiembre —fecha de lanzamiento de su nuevo trabajo— al grupo de los leones, jauría de cuatro monos siempre impecablemente vestidos, siempre implacablemente armados de rabia… y una batería de cobre. Porque durante 42 minutos nos manchamos las manos con el tercer disco —el de la confirmación o el olvido— transformado en la certeza de que aquí no hay miedo, a un ritmo más sosegado, como si de pronto —es un decir para unos músicos con más de veinte años de carretera a las espaldas— se hubieran dado cuenta de que el mensaje se escu(l)pe mejor entre dos te amo, cumbres borrascosas desde las que observar de cerca la piedra que flota, las flores en la basura, la tiranía de los jóvenes besándose con lengua en la calle.
Por eso era importante escribir “La canción del daño”, porque envejecer es una putada, por mucho que se empeñen en convencernos de lo contrario. Y además duele. ¿Os acordáis de cuando era posible gritar aquello de ¡ayer salí! sin estar postrado en la cama hasta el lunes? Pues resulta que escuchar la voz de diamante de Abraham Boba es mano de santo en esos casos, dedos de novocaína en las sienes para hacer frente a nuestros temores más profundos o emocionarnos sobre la taza del váter.
Y es que este disco muestra el reverso y el anverso de la belleza, Ática y Mozota, orillas en las que se refleja el milagro de respirar cada día, costumbre tan extraña como pasar la tarde disparando a los caballos en una verde pradera cubierta de lirios, volando alto sobre aquella cabaña en los Pirineos… y regresar a casa para cantarlo.
«Vamos a volvernos locos» no es un disco; es solamente tu vida en directo.
