Al habla, aquí el 2020

Ya lo sé. Que si soy un hijoputa, que si ¡fuck you 2020! me gritan los adultos en un idioma que no es el suyo y además es mantra, que me pire… Soy inocente, ¡lo juro! Para que ustedes se enteren; un año es simplemente una ordenación ordinal del tiempo, una manera práctica de numerar lo que carece de principio y meta, y por eso discurre de niño a cana. Y es que, aunque parezca difícil de creer, no tengo ninguna responsabilidad en este embrollo, simplemente pasaba por aquí en el momento más inoportuno. Mi compañero 2019 salió rana a pesar de que cualquier tiempo pasado fue mejor, y 2021 anda con ansiedad severa y sin ganas de salir, más sabiendo que en su estreno sonará una de Nacho Cano. ¿No se dan cuenta? Los crueles son ustedes los humanos y no la vida en nosotros, los años. Pero bueno, asumo que se trata de la responsabilidad de ser el mejor de los autores, el del final perfecto.

Por eso les pido un poco de comprensión, sobre todo teniendo en cuenta que perder 365 días es siempre mejor que perder la vida en el intento. Si lo piensan fríamente, ya tienen algo novedoso que contar a sus hijos o a los hijos de sus perros, escribir un libro distópico en el que confirmar que estuvieron en mí y salieron, tocados pero no hundidos. Además, a nadie le viene mal un poco de acción entre tanto viaje veraniego, fines de semana aprovechados al máximo y la irrompible certeza de que los sueños se cumplen. Quizás en el 2022, convertido a las 12:00 en 21 porque yo fui el año cero.

Aquí quedan mis últimas palabras, las de un rato inventado que fue el enemigo público número dos desde marzo. Porque siempre resulta más fácil echar la culpa afuera, pensar que lo que venga será mejor simplemente porque viene y no por su incapacidad de encontrarse entre las costuras del tiempo regalado. Esa es mi venganza y por eso, dentro de unas pocas horas, sonará «Un año más» en una Puerta del Sol abarrotada de ausencias. No soy malo, sólo fui lo que ustedes quisieron que fuera. Paz y amor. Siempre suyo, el hijoputa.

La puntilla del 2020 se llama Trump

Hoy la incertidumbre es tal que incluso los habitantes de Valdevacas de Montejo se han levantado antes de que aúlle el gallo para comprobar el resultado de las elecciones de Estados Unidos, un país cada vez más alejado del sueño que convierte nuestro paso democrático por la tierra en una pesadilla con tintes republicanos. A estas alturas de la broma, todos vivimos un poco entre Los Ángeles y Nueva York, ya sea por una lengua infiltrada en cada conversación de oficina, con sus meetings y afterworks, o porque la tienda de ultramarinos se desangra con cada pedido en Amazon. Y, aunque nos joda admitirlo, causa más desvelos que Trump vuelva a ganar que Abascal se ponga la chaqueta talla S de futuro presidente.

La cuestión que sobrevuela este plebiscito mundial, el de continuar con la política de las vísceras o, por el contrario, apelar a la mesura para calmar unos ánimos a flor de cactus, es la de una profunda decepción por haber llegado hasta aquí. Porque si un canalla de lomo blondo es capaz de mantenerse en el poder durante más de un mandato, entonces eso significa que su elección no se trató de un accidente, sino más bien del óxido de valores universales como la razón ante el insulto, de los apretones de manos por encima del matonismo.

Para añadirle más gasolina y una píldora de insomnio al asunto, sólo será posible conocer al vencedor cuando le salga de los cojones a Trump, como si la soberanía del pueblo se hubiera convertido en mera observadora de esta civilización en horas bajas. Sea cual sea el resultado, esperemos que favorable al superviviente Biden, nos quedará la sensación de haber perdido y eso, con el presente virando hacia la broma infinita, es garantía de una celebración silenciosa, algo muy 2020.

Ilustración: http://evavazquezdibujos.com/

Oda a Van Halen

Érase un hombre a una guitarra pegado. O tal vez al contrario y viceversa. Porque en Eddie Van Halen, o directamente Van Halen, no era posible establecer los límites entre las yemas de los dedos y su Frankenstrat, guitarra abortada por él mismo y que combinaba el terciopelo de la Stratocaster y la furia de la Gibson. Todo con un propósito claro: invocar a Satanás cada vez que la enchufaba a la red eléctrica. Así se pasó toda la vida, entre tappings a dos manos, armónicos artificiales, el abuso de puente flotante y un montón de técnicas impronunciables… al servicio de las canciones. Lo de los solos era algo inefable, como mirar al cielo desde el fondo del mar mientras arañamos una mesa de cristal de bohemia.

Y es que mientras el chico de la sonrisa perpetua y el peto hacía pasar a Jimi Hendrix por un carroza manco, los demás no sabíamos qué hacer para emularlo. Más que nada porque éramos incapaces de racionalizar lo que tocaba, como si un mismo instrumento se transmutara en una voz marciana que el paso del tiempo no ha hecho más que amplificar en la memoria.

Este 2020 continúa en racha y se lleva por delante al que ha sido, sin lugar a dudas, el instrumentista de rock más influyente de la historia. Por supuesto, esta es una apreciación absolutamente objetiva, para nada una apreciación personal. A los escépticos, terraplanistas y conspiranoicos les recomiendo empezar el día con la intro de «Mean Street». En esa intersección de café y groove sobran las palabras. Y hasta el silencio. Gracias por el viaje, VH.

Ilustración: Troy Mueller

¿Cómo termina lo que no empieza?

Este año —por llamarlo de alguna manera— todos nos hemos enfrentado al problema del tiempo y su paso. De pronto, una dimensión borrosa parecida al viento no se conforma con hacer desfilar grupos de días grises encajados en sus consiguientes estaciones, sino que, al intentar forzar su flujo —siempre alentados por el advenimiento de una vacuna que tampoco parece que vaya a solucionar nuestro futuro a corto plazo— termina achatada por los polos. Vamos, un desastre. De ahí que pensar en 2019 implique adentrarse en la prehistoria, e ir más allá de las Navidades de 2020 adquiere tintes de triple mortal de necesidad. Y menos mal que este año lo íbamos a petar…

Los mayores de treinta habrán comenzado a percatarse de que, desde hace relativamente poco, las horas cunden menos. Unos porque están desbordados por el estrés y las deudas, otros porque la exploración del mundo les lleva a querer abarcar otras galaxias, tal vez dejar un legado antes de palmarla. Y así el metabolismo se ajusta a una frecuencia cardíaca más baja, a la caída del pelo de la coronilla y a una capacidad pulmonar muy lejos de la gaita de Carlos Núñez. De los menores de veinte no hablo porque tienen la culpa de todo lo malo.

El problema, y también la excepción, radica en que, habitualmente y por culpa de la segregación de tsunamis de dopamina, las circunstancias inusuales y traumáticas que nos rodean a cada segundo han dejado de «fabricar» ese famoso efecto de cámara lenta. Al contrario. De esta forma, la escala logarítmica asociada al discurrir de nuestra vida se ha ido al traste, y todos —con esto me refiero a 7.000 millones de personas— hemos acabado dándonos cuenta de que se está terminando lo que nunca llegó a empezar. Rarísimo.

Ilustración: Prince Hat, aka Patrik Svensson

¿Fue el 2020 una broma?

La verdad es que si te cuentan en el 2019 cómo iba a ser el 2020 hubieras hecho dos cosas: bloquear a la(s) persona(s) de todas tus cuentas por agorero(s) o directamente meterte en casa para no volver a salir hasta el 2021. Vamos, lo que se hace normalmente en invierno, pero llevado al límite. Visto con cierta distancia, este año ha resultado ser una mezcla de las dos, mitad futuro distópico, mitad se nos está haciendo bola. ¿Una pandemia global porque un chino se comió un bocadillo de alitas de murciélago? ¡Tú estás de la cabeza, chaval!

Ahora se entienden mejor las muertes de Kirk Douglas, Kobe Bryant, Terry Jones, la obsesión de un genio incomprendido llamado Trump por construir un muro, ¿de qué sirven ahora las concertinas en Ceuta y Melilla si nadie quiere venir de vacaciones? Joder, ¿soy yo el único que echa de menos los cruceros por el Estrecho? Por otro lado, el fin del mundo tiene cosas muy positivas. Los ‘influencers’ ya solo sirven para aquello que todos sabíamos: para nada, los médicos y enfermeros molan más que Batman, no hay fútbol ni toros, los Risketos y el vino peleón están de oferta en el Mercadona, a nadie se le secan las manos por culpa del frío y todos los ciudadanos llevan a un presidente-gestor en potencia en sus adiposos cuerpos.

No deja de ser decepcionante que una parte de la población esté perdiendo la cordura por el simple hecho de quedarse en casa viendo Netflix, que otro porcentaje piense que se trata de una conspiración con cuerpo y cara de pangolín y que los memes sean peores que la enfermedad. 2021, ven rápido. Te esperamos con todo caliente menos el champagne.

Más ayudas para el cine

Un año más la gala de los Goya es recibida con jugos gástricos que salpican la cara de aquella niña con los ojos azules de tanto mirar al mar proyectada tras un diaman(ot)e llamado Amaia, el talento (capilar y no) de Pedro, Julieta y Antonio, otro desfile en ropa cara de «ególatras» que esquivan el fantasma del desempleo y el secreto mejor guardado del cine: hacer películas es la demostración palpable y digital de que los milagros existen, con o sin ayudas estatales… y mucho más sin Dios mediante.

Ahora que la plus ultra derecha ruge con la llegada de rojos y «progres» al poder, es el momento de volver a sacar el tema de las subvenciones y desacreditar a vagos, oportunistas y supuestos representantes de la cultura patria empeñados en expoliar nuestros presupuestos a base de contar emociones con imágenes, ver cantar a Rosalía, repasar un pasado sangriento no escrito en los libros de historia y admirar el poder del fuego cuando el monte arde. De esta forma, nadie pensará en los cientos de millones de euros que Peugeot Citroën Automóviles España, Telefónica, Unión Fenosa, PP, PSOE o Sacyr —entre otros— han recibido con el objeto de «mejorar» nuestras vidas.

Hacer cine es necesario para muchos, pocos se enriquecen con ello —con la excepción de Mediaset o Atresmedia— y, por extraño que pueda parecer, es obra de actores, directores, guionistas, cámaras, eléctricos, ayudantes de producción, directores de casting y trabajadores anónimos que, a base de esfuerzo, impuestos y algo parecido a la fe, devuelven a la sociedad más de lo que reciben en concepto de exenciones fiscales e incentivos para rodar en Canarias. Quizás el problema sea que muchos de ellos nunca tendrán una estrella con la que iluminar las falacias de los que quieren tanto a España. Todos tenemos sueños, algunos los ruedan, otros ladran.

El año fresco

Parece que lo hemos conseguido. A pesar de todos los esfuerzos por dividir el espacio común a cada golpe de viento, por esquilmar el oxígeno restante, los diamantes y el marfil, parece que llegamos a la culminación del año —mal que nos pese— con la sensación de que mañana, aunque parezca mentira, puede ser mejor. Y no se sabe muy bien si responde a un truco de la imaginación o que dentro de nosotros, ¡oh, estúpidos humanos!, una llama, pequeñita pero firme, se niega a apagarse del todo a sabiendas de que un año fresco implica decir adiós a las armas, morirse muchas veces mucho.

Así es como en noches como esta nos da por hacer brindis de espaldas al sol, prometer, tal vez publicar balances que no le importan a nadie más que a algún seguidor triste, contar pelos en el lavabo o, como en mi caso, intentar recuperar el tiempo desperdiciado haciendo lo que mejor sé hacer: beber. Aquí que cada uno piense en la ebriedad de la manera más conveniente. Más música, menos balas, más cerveza, menos cuento, más poesía, menos ruido, más virtud y menos farsas, más morreos, menos humos, más entradas y salidas, un poco más tú, un poco más por ellos. Porque más es siempre más… y con música es al cubo.

Porque el 2020 merece romper la racha de victorias, celebrar las derrotas entusiastas de un instante suspendido con la imagen de algunas de las personas a las que acompañé y que son, al fin y al cabo, las que me acompañaron. De esta forma y, siguiendo los sabios consejos de un tal Cortázar, tendré su foto, no para acordarme de ellos cuando la mire, sino para mirarla cuando me acuerde de ellos. Tenedle fe al 2020… allá donde os pille estando ebrios.