Parece que lo hemos conseguido. A pesar de todos los esfuerzos por dividir el espacio común a cada golpe de viento, por esquilmar el oxígeno restante, los diamantes y el marfil, parece que llegamos a la culminación del año —mal que nos pese— con la sensación de que mañana, aunque parezca mentira, puede ser mejor. Y no se sabe muy bien si responde a un truco de la imaginación o que dentro de nosotros, ¡oh, estúpidos humanos!, una llama, pequeñita pero firme, se niega a apagarse del todo a sabiendas de que un año fresco implica decir adiós a las armas, morirse muchas veces mucho.
Así es como en noches como esta nos da por hacer brindis de espaldas al sol, prometer, tal vez publicar balances que no le importan a nadie más que a algún seguidor triste, contar pelos en el lavabo o, como en mi caso, intentar recuperar el tiempo desperdiciado haciendo lo que mejor sé hacer: beber. Aquí que cada uno piense en la ebriedad de la manera más conveniente. Más música, menos balas, más cerveza, menos cuento, más poesía, menos ruido, más virtud y menos farsas, más morreos, menos humos, más entradas y salidas, un poco más tú, un poco más por ellos. Porque más es siempre más… y con música es al cubo.
Porque el 2020 merece romper la racha de victorias, celebrar las derrotas entusiastas de un instante suspendido con la imagen de algunas de las personas a las que acompañé y que son, al fin y al cabo, las que me acompañaron. De esta forma y, siguiendo los sabios consejos de un tal Cortázar, tendré su foto, no para acordarme de ellos cuando la mire, sino para mirarla cuando me acuerde de ellos. Tenedle fe al 2020… allá donde os pille estando ebrios.
