Ese detalle que lo cambia todo

Es algo que se intuye, aire entre el vacío y la ausencia. En ese gesto se concentra la galaxia, con su sol a la sombra y un amanecer en otra parte. Para verlo es necesario mirar más, mirar donde nadie quiere mirar por estar cerca. Mejor vivir con los ojos cerrados, que el mundo sea un borrón del que salir ilesos al final del día. Son los detalles los que crean momentos felices o nos sentencian. Llevé su mano hacia mi ingle mientras nos besábamos. Mi mano quedó suspendida dentro de la suya, dijo no con un gesto leve. Y ya no hay nada.

Pequeños detalles en circunstancias que hacían poca falta. Pues bien, esos detalles dejan huecos. Detalles relevantes, precisamente porque pesan poco o nada. Pueden ser ideas, la forma que tiene la luz de impactar en los cristales, imágenes en un contexto como soñado. El conductor miraba al fondo de la noche. Los faros del autobús convertían la carretera en una salida a aquel viaje tan largo. Un ciervo se cruzó entre las luces y un destino.

Los detalles de nuestros problemas convierten el problema en un juego de niños, también en tragedia. Los detalles de un abrazo convierten los detalles en una lista que se prolonga más allá del tiempo y el espacio. Los detalles son tan pequeños que no pueden ser imaginados. Somos detalles en un cuerpo incapaz de albergar más detalles. Limpiaste el espejo empañado con el lateral de tu mano buena. Acercaste el pecho en un gesto raro, levantando el brazo por encima de la cabeza. Un bulto del tamaño de una uva. Recuerdas el color de la toalla enrollada bajo tu pecho. Detalles buenos, malditos.

Ilustración: http://www.emilianoponzi.com

Pique y muerte en la M-30

Resulta agotador. Los hombres están todo el día midiéndosela. Lo que comienza como un reflejo de niños, maneras evitables de obtener «respeto» siendo imberbes, se traduce en un comportamiento violento con el carnet de conducir. Fácilmente comprobable en Madrid en hora punta. Ojos de fiebre, «hijo de puta» en la comisura de los labios y una pelea de cláxones. Por ahí sale lo malo. El despliegue abarca comportamientos fieramente humanos, algunos de los cuales permanecen agazapados cuando andan, corren o reptan. Así existe cierta correlación entre esos hombres —las mujeres menos— y las marcas de coches que los pierden, lanzando un mensaje tóxico a la atmósfera: la velocidad es, sin duda alguna, cuestión de estatus.

Audi, BMW y Mercedes definen al piloto por fuera y por dentro. El resto de marcas… clase trabajadora con aspiraciones tierra-aire. Cierto, hay excepciones, pero los hechos las destierran. Sucedió el 25 de julio de 2021, pronto. Como siempre en estas historias, una parte que lo hace bien y sale malparada. La otra, en cambio, lo hace mal y sale huyendo con el bien más preciado que es la vida. Comenzamos por los que se la medían: un BMW y un Fiat en una M-30 convertida en Scalextric. Las razones sólo las saben ellos y su polla. La carrera termina en chispas y la vida de un hombre a 70 kilómetros por hora junto a su mujer embarazada. Sólo dos sobrevivieron en ese vehículo, la viuda y el feto. Los pilotos serán juzgados este jueves. Volaban a 200.

La justicia intervendrá. Sin embargo, queda por descifrar el misterio. Creo que todos, kamikazes incluidos, tenemos más o menos claro que la dirección es lo que importa. Lo de darle adrenalina al giro se entiende en el deporte. Así, espacio y tiempo pueden entenderse con la calma, mirando en los ojos de los que sonríen y saludan con la mano desde las aceras. Ya lo decía Cruyff: «A menudo se confunde la velocidad con la anticipación. Mira, si me pongo a correr ligeramente, un poco antes que los demás, parezco más rápido». Por culpa de este error diario, la gente aparece y desaparece. No conducimos, simplemente se nos olvidó estar quietos.

Ilustración: Hiroshi Nagai