Mi nueva adicción: el gel hidroalcohólico

Fue una señal. Ahí estaba, solo entre una multitud enmascarada y expuesto en el pasillo del Carrefour, junto a los desodorantes que abro y no compro y el champú anticaída tamaño familiar. Recipiente cilíndrico con el tamaño justo, aderezado con aloe vera. El más caro y, por supuesto, inflamable. Lo introduje en el carrito como si se tratara de nitroglicerina y desde entonces, y como he dejado la Voll-Damm, se ha convertido en mi obsesión. Así es, lo reconozco; estoy enganchado al gel hidroalcohólico.

A diferencia de las reclusas de la prisión Brians 1 de San Esteban de Sesroviras, no me conformo con mezclarlo con Coca-Cola, sino que en mi afán de estar desinfectado 24/7 lo utilizo a modo de lanzallamas para depilarme los brazos, limpio el parqué de roble canadiense con una solución salina de Don Limpio y un dedal de pantenol de quemar para después, una vez seco, olerlo como un perrete en celo. ¡Y cómo me quedan las gafas! Incluso he descubierto que disuelve el Super Glue adherido de por vida a las yemas de mis dedos mustios.

Y no solo está el vicio y el hecho de que aspirarlo profundamente relegue a un pegote de wasabi en las fosas nasales a una broma del Este, no. Además ahorro agua y protejo el medio ambiente; vivo una vida ebria; la gente es más interesante; hay menos imbéciles en las terrazas y por fin estoy intoxicado de juventud oliendo a lo que huele el codo de una enfermera. Atravieso el espacio. Por fin hago caso a mi madre y me acabo el hígado. Soy hidrofeliz.

Ilustración: https://weheartit.com/

La adicción a los likes

Es el fenómeno que asola a la humanidad desde que su relación con la tecnología traspasó el límite recomendado por prescripción médica. Porque si te levantas y el primer gesto, antes incluso de hacer pis, es mirar Facebook o Instagram —»obligado» en gran medida por la necesidad de dormir— entonces es que se ha operado un cambio en ti, y la dimensión de carne y 206 huesos se completa, de alguna forma un poco extraña, gracias a la virtual. Lo has adivinado: eres un adicto.

El problema de fondo, y esto es algo que se evidencia con más fuerza entre los impúberes del chandal y las mallas nacidos dentro de la marmita del iPad, es la tendencia a realizar las actividades correspondientes a esas edades —fútbol, tocar un instrumento, masturbarse y bailar, fundar una empresa— con el fin de aumentar su nómina de seguidores, como si de pronto y sin avisar el disfrute del proceso quedara relegado a un fin que ya no es pasárselo bien, follar o hacerles recuperar la confianza perdida al ser expulsados del útero materno, sino mostrar a los colegas una aceptación a la altura de su ego.

Porque los likes son la nicotina de este tiempo-humo, precisamente perdido, medida de felicidad inoculada por empresas billonarias con la inestimable colaboración de millones de cobras al son de un móvil hipnótico, yonkis con papelas de litio, criaturas biónicas —segregan espuma por la boca si no hay WIFI—, ajenas al paso de los coches. Y es que, sin ser conscientes, formamos parte de un turbio negocio que suministra acceso ilimitado al conocimiento y a la posibilidad de sentirnos menos solos, precisamente algo que en ningún caso termina sucediendo.

La recompensa es un número obtenido gracias a la irresponsabilidad off-line de otros desconocidos, suministro de dopamina on-line con la forma de un pulgar hacia arriba, ¡y todo eso fijando la vista al suelo y con el móvil pegado a la mano!, probablemente la imagen más repetida de un mundo a la búsqueda de una cura caída del cielo… y en 5G. Alguien se hará rico con ella; cuando así sea ya estarás un poco más muerto.