Mi nueva adicción: el gel hidroalcohólico

Fue una señal. Ahí estaba, solo entre una multitud enmascarada y expuesto en el pasillo del Carrefour, junto a los desodorantes que abro y no compro y el champú anticaída tamaño familiar. Recipiente cilíndrico con el tamaño justo, aderezado con aloe vera. El más caro y, por supuesto, inflamable. Lo introduje en el carrito como si se tratara de nitroglicerina y desde entonces, y como he dejado la Voll-Damm, se ha convertido en mi obsesión. Así es, lo reconozco; estoy enganchado al gel hidroalcohólico.

A diferencia de las reclusas de la prisión Brians 1 de San Esteban de Sesroviras, no me conformo con mezclarlo con Coca-Cola, sino que en mi afán de estar desinfectado 24/7 lo utilizo a modo de lanzallamas para depilarme los brazos, limpio el parqué de roble canadiense con una solución salina de Don Limpio y un dedal de pantenol de quemar para después, una vez seco, olerlo como un perrete en celo. ¡Y cómo me quedan las gafas! Incluso he descubierto que disuelve el Super Glue adherido de por vida a las yemas de mis dedos mustios.

Y no solo está el vicio y el hecho de que aspirarlo profundamente relegue a un pegote de wasabi en las fosas nasales a una broma del Este, no. Además ahorro agua y protejo el medio ambiente; vivo una vida ebria; la gente es más interesante; hay menos imbéciles en las terrazas y por fin estoy intoxicado de juventud oliendo a lo que huele el codo de una enfermera. Atravieso el espacio. Por fin hago caso a mi madre y me acabo el hígado. Soy hidrofeliz.

Ilustración: https://weheartit.com/

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