Luces de Navidad 100 % españolas

La decoración navideña es siempre un polvorín con aspecto de polvorón eléctrico. Ahí, sobre nuestras cabezas confluye la ira de los que nunca están conformes, la responsabilidad de los que tienen asumido que se trata de un gasto absurdo y la inopia de otros —a los que no conozco— que este año se reafirman ante millones de bombillitas imitando la estela de la estrella de Belén ‘made in España‘. Y es que si ya era tenebroso caminar por la Castellana desde la implantación del toque de queda, ahora es una experiencia extraña. Más si tienes la suerte de hacerlo junto a un amigo japonés que mira las luces con cara de conejo al que le dan las largas. Sí, Nao Hiro, somos así, «ágiles, belicosos, inquietos, dispuestos a la guerra a causa de lo áspero del terreno y del genio de nuestros hombres».

De esta forma diciembre en Madrid aspira a reflejar el ambiente del Pachá Ibiza, recrear el aporte de manzanilla típico de la Feria de Abril en el ambiente timorato del Black Friday, admirar la Navidad desde el prisma de la política, como si el fulgor de una bandera fuera capaz de invisibilizar los problemas de una ciudad que no es más que el reflejo del mundo en el que sobrevivimos. ¿Y qué hacemos si no podemos reunirnos con los abuelos, los tíos y los primos? Pues luces más luces, y solucinado.

Nosotros seguimos empeñados en creer que se trata de una alucinación y por eso, cada día hasta el 7 de enero, nos acercamos en peregrinación para admirar los 3,17 millones de euros que cuelgan de las farolas. Ahí, con las manos en los bolsillos y la mascarilla generando vaho con olor a barba recitamos a Dylan Thomas en la voz de Almeida: «Do not go gentle into that good night. Rage, rage against the dying of the light». Anda, Nao Hiro, vámonos a casa.

Ilustración: Tang Yau Hoong

La calle de Fernando Simón

Porque las cosas cambian. Así es como, después de meses tan raros, comienza a instalarse sobre Madrid un halo de vuelta a lo de siempre, con sus tiendas repletas de artículos inútiles, sus peleas entre ‘ubers’ y taxis y esa nube tóxica atravesada por un rayo de sol en dirección a un dry martini. La transformación no solo se aprecia en las calles, sino que le acompaña la nueva percepción de todos aquellos que estuvieron en primera línea. De esta forma, el efecto de Fernando Simón transfigurado en mosaico, obra del artista Basket of Nean, se replica en la política.

Ahora Almeida es una figura monumental tamaño madroño, Isabel Díaz Ayuso un mal sueño que genera pesadillas y el ministro Illa, con ese aspecto de funcionario de Administraciones Públicas, un hombre de acuerdos alejado del mal inherente al poder. ¿Y dónde está Gabilondo, aquel discípulo de Platón perdido en el foro? Será que Yolanda Díaz habla con la contundencia de un filósofo moderno y Javier Ortega Smith, madrileño de pro, solo sale para darnos pena. Y muchos añoramos a Carmena.

Ese parece ser el único premio del paso del tiempo: convertir a las buenas personas en obras de arte. A veces situadas en esquinas invisibles, otras junto a San Simón, el zelote dispuesto a entregar la vida por sus creencias, un poco como algunos de los nombrados sin la sombra de la religión. Por fin el doctor tiene su calle, por fin nuestra ciudad está a la altura de dos mayúsculos en este barrio de lágrimas: Simón y Nean. Amen. Sin tilde.

Ilustración: Basket of Nean

Yo acuso: carta al alcalde de Madrid

Estimado Sr. Alcalde:

Le escribo estas palabras con la esperanza, jamás debemos perderla, de que recapacite en lo relativo al desmantelamiento de Madrid Central, plan estrella de su sucesora en el cargo y cuyas bases, le recuerdo, se encuentran en la creación de las Áreas de Prioridad Residencial impulsadas por su partido en 2004 con el objetivo de restringir el tráfico en la capital. Hasta aquí una cuestión de memoria. Ahora continúo con el tiempo que nos ocupa.

Desde el 1 de julio, usted, en nombre de las siglas que le otorga el poder caprichoso de los pactos, y sin el apoyo de una parte de los madrileños plenamente conscientes de la necesidad de vivir en una ciudad que no desaparezca bajo la amenaza del dióxido de nitrógeno, el ozono y otras partículas causantes en el 2018 de 30.000 muertes en nuestro país, ha decidido establecer una moratoria de tres meses en la que no se multará a los coches que atraviesen el ya de por sí congestionado centro.

El calendario le respaldará porque coincide con los meses en los que el madrileño intercambia aceras por arena de playa, así que, previsiblemente, los niveles de contaminación disminuirán convirtiéndole en el ganador inesperado de una batalla que conduce a la derrota, la suya, la nuestra y la de todos los que están por llegar.

Yo le acuso, señor Almeida, de futuro homicidio involuntario de miles de personas, las mismas que consideran que la política está al servicio del hombre y nunca por encima de la vida.

Yo acuso a su partido, el Partido Popular, de homicidio por imprudencia grave al promover, por razones que casi nadie comprende, el uso del coche frente a la bicicleta, las piernas o el transporte público.

Ignoro si al formular estas acusaciones arrojo sobre mí el peso de los artículos 205 y 216 del Código Penal, pero me mueve una pasión, la del Madrid amarillento exento de humos, la de mi ciudad convertida, por fin, en ese lugar en el que vivir se parece más a construir que derribar, nunca bajo el mismo techo, siempre bajo el mismo horizonte.

Reciba usted un cordial saludo.