Cada año llegan antes. Así el tiempo se pasa con nosotros y lo vengamos con listas de libros y canciones sueltas —antes discos—, logros pocos y resoluciones de mala calidad. ¡Ay, el año, compendio de actos que deben ordenarse para rellenar un hueco! Sucede cuando se da por terminado, aunque aún le quede. También con el amor, y por eso recordamos cómo fuimos en él y por él, podemos resistirnos al olvido de lo bueno y calentar la memoria ante el invierno en ciernes.
Parece que las listas resumen, confieren estructura a la próxima extinción masiva, son más fáciles de leer y escuchar que el asunto en sí mismo. Incluso compartirlas viene a confirmar que nos parecemos en algo, poca cosa ya que lo que es propio de muchos implica un anhelo de ser únicos. Tampoco se libran los niños que, sin darse cuenta, ponen en práctica maneras de viejos. Conviene adelantarles que, así y en general, casi nunca llega el regalo que ocupa el primer lugar, ese de las mayúsculas y el doble subrayado. A los adultos, claro.
Como cada día, el 21 tuvo cosas. Comenzó con las mascarillas al aire y terminó malo dejando lo peor atrás. El próximo debería incluir la reconciliación como cabeza de lista. Con esta realidad dislocada, con aquellos difíciles de entender, con el papel y el mar Menor, con la música para bailar, con la paciencia, los condones y el silencio. Por supuesto, quedan fuera los jerséis navideños y las cenas de empresa. Curiosa forma de adaptarnos al caos, curiosa forma de sentirnos vivos.
