Arrepentirse de lo que no hicimos

La pregunta «¿te arrepientes de algo?» viene con un truco y dos cepos. Porque el arrepentimiento alimentado por errores, un gesto o aquello que hubiésemos hecho de otra forma poco tiene que ver con la fístula crónica que provoca lo que pudo haber sido… y nunca fue. Sí, muchos aspiraron a terminar Caminos, perfeccionar el regate con la zurda y el plié, que su matrimonio fuera otro, sin embargo, a todos nos atraviesa el rayo del pasado en 2022 por culpa de aquel momento de la verdad en el que no hicimos absolutamente nada. Bueno, seguir dándole vueltas a la misma mierda años después. ¿Por qué, Dios mío, por qué?

Pues bien, las acciones tienen consecuencias. El arrepentimiento y su pesar llegan segundos después de haber invertido todos los ahorros en Bitcoins o haber perdido el domingo viendo «Cobra Kai». La velocidad actúa en dos sentidos: primero el latigazo y poco después el consuelo que mitiga el dolor que desaparece pronto si nos perdonamos o somos perdonados. Las secuelas de una acción suspendida en el tiempo —aquel chico que te sonrió de perfil o esa oportunidad perdida— son infinitas para nuestra psique, sobre todo porque vienen asociadas a un viaje frustrado, un destino de arena, quizás prosperar en el presente.

Así la inacción nos martiriza antes y después de la Semana Santa, de ahí que los recuerdos relativos a procesos dejados a medias se almacenen mejor en la memoria. Vamos, que los mortales amamos el suspense, las espinas y el misterio, aquel mundo en el que pudimos reinar y acabó como Pompeya. El consuelo pasa por tener algo muy claro: el miedo que nos frena es temporal. En cambio, ciertos arrepentimientos duran una vida que pudo ser soñada de otra forma, quizás con los ojos abiertos, aquí y ahora, nunca.

Ilustración: https://thomasdanthony.com

Las posibilidades

Hace tiempo que nuestras posibilidades se redujeron a aspirar y ya. En realidad, aquellos planes de vida no eran más que una forma rara de lidiar con una incertidumbre que, con el paso del tiempo, se ha convertido en precariedad, costra. Sí, vamos tirando gracias a nuestros estudios, a aquellos viajes a Irlanda, a los másteres para clase pobre y a una lista de logros que engordan el conjunto vacío de la sociedad. Y es que se prospera tan despacio que al final uno termina por reconocer que la casilla de salida era la única. Quizás fuera también así para nuestros padres, sin embargo vivían sabiendo a dónde iban. En 2022 se sobrevive. Y gracias.

Nos prometieron que con esfuerzo podríamos tenerlo todo: un despacho con vistas, vacaciones en Ibiza y descensos en invierno, nuestro diésel y hasta un chalet con piscina comunitaria. Al despertar del sueño, comprobamos que nunca quisimos esa mierda y las jornadas dan para un táper, escaparse al camping del Sonorama y desayunar un vaso de leche semidesnatada con compañeros de la edad de nuestros padres… ya viejos. Así nos pasamos el resto de nuestra vida, en aquel futuro inalcanzable, el presente.

A pesar de todo, algunos insisten en la cultura del esfuerzo: ¡la vida te pondrá obstáculos; los límites los pones tú! Arcada. Nos queda meter mil euros en Bitcoins, emprender como forma de pérdida, encomendarnos a la Virgen de la Lotería y traicionar al azar para que nos traiga un Luis Medina estas Navidades. Luego llegarán las hostias, la vuelta a la casa de la infancia y esa sensación de que nos han estafado con casi todo. Ya lo decía Ángel González: «Te llaman porvenir porque no vienes nunca». ¿Posibilidades? Me parto y por eso las busco.

Ilustración: Guy Billout