De Bunbury y plagios

Últimamente, Enrique Bunbury está en la pomada. Un twit por aquí, otro disco por allá y la polémica de unas letras que van plus ultra del préstamo y podrían incluirse en la categoría del centón, pieza literaria compuesta de frases y fragmentos ajenos en verso o en prosa. El invento en cuestión, griego hasta las trancas, fue muy popular en otros tiempos y difiere del método del maño en una sola cosa: se emplea para formar nuevos versos. Enrique hace canciones originales con versos prestados de otros versos prestados de otros… Y así se progresa en la historia del ‘hamparte’.

En su descargo decir que ya puestos a robar —aquí solo copiamos los mediocres— mejor recurrir a Nicanor Parra, Antonio Gamoneda o Pedro Casariego, por nombrar a algunas de sus influencias más literales y que, como hombre delgado que no flaqueará jamás, vaquero laminero, Morrison patrio y una larga ristra de adjetivos manidos, denota una amplia cultura lectora muy de agradecer que nos lleva a lanzar la gran pregunta: ¿qué es nuestro y qué es adquirido? También el amor es líquido.

Porque Dylan incluye versos de T. S. Elliot y pasajes de la Biblia en sus oraciones, Tarantino fagocita a Sergio Leone y homenajea al cine de kung-fu vistiendo a Uma Thurman de Bruce Lee y John Coltrane recitaba a Charly Parker para calentar las venas. Nadie les acusó de plagio. Será porque nuestro aragonés más universal, con permiso de Labordeta, ha tenido demasiados reparos en aceptar que no ha inventado nada nuevo haciendo canciones mayúsculas.

Ilustración: J.J. Adams

El recurso del demonio

No podía ser de otra manera. El cardenal Cañizares, Jorge Fernández Díaz, José Luis Mendoza —en realidad son la misma persona con distinto hábito—, sin olvidarnos de Bunbury o Miguel Bosé en plena menopausia. Todos ellos han terminado recurriendo a la figura del demonio. La trilogía del Opus en su forma más sulfurosa; los dos cantontos en su versión más fieramente humana. Y es que cuando la vida alcanza nuevas y sobrenaturales cotas con cada café, el demonio sirve para contar estrellas. Vamos, que es el único que nos permite darle sentido a esta película con cara de mal sueño.

Siento decepcionarles y mucho menos llevarles la contraria, pero por desgracia la realidad resulta algo más complicada. De hecho, la fascinación por Belcebú, Satanás, Bill Gates, Lilith o simplemente diablo cabrón viene de lejos y llevó a la hoguera a Juana de Arco y a miles de personas —muchas de ellas mujeres— acusadas de brujería, portadoras de un mal fario que no es más que un torpe intento de acomodar en el raciocinio el pensamiento mítico, cargado de dogmas, versículos y misas de doce.

Así el Maligno nos manipula para conseguir sus oscuros fines. Está claro que como montaje es inapelable. Los humanos se equivocan porque toca, rezan un padrenuestro para purgar la pena y buscan un culpable ahí fuera que les sirva para aliviar una dolorosa carga, la inevitable certeza de que «el mal no es lo que entra en la boca del hombre, sino lo que sale de ella».

Ilustración: http://1000dessins.com/