Normal. Que fluye y ocurre espontáneamente y por esta razón es aceptado, lo común, lo que no afecta ni molesta a la propia persona ni a los demás. De tanto ansiar la normalidad hemos vaciado su carcasa. ¿Que qué es lo que quiero? Salud, un piso con luz y plantas que den flores, realizarme en el trabajo y terminar a las seis para hacer compra, ver películas con alguien que me aguante hasta los créditos… Porque, a pequeños rasgos, esta extravagante aspiración de todos denota falta de imaginación. Querer algo normal es imposible, más aire.
Y es que normal procede de las matemáticas y la escuadra de un carpintero, perpendicular, ángulo recto, perfección que mide la belleza. Nada que ver con gente que quiere, no se quiere y abandona, que no sabe y si sabe se aburrirá pronto. Así son las cosas y, siendo normales, las cosas son lo que tienen que ser. Pero, ¿por qué resultan tan inalcanzables? Por el poder concedido a esta palabra que promedia el mundo. La norma, un matrimonio con dos hijos rubios sonríe frente a una casa con jardín muy verde. Flash de foto, una mentira.
Aspiramos a ser normales sabiendo que la normalidad, en el fondo y la forma, es una mierda. En todo caso, querremos que lo próximo sea más de andar por casa, ya que el pasado y el presente parecen hechos a la contra. Quizás por eso nos ponemos una braga limpia cada mañana, colocamos los pies en el asiento para evitar la mirada de otro pasajero, dientes cepillados siempre en vertical. Anochece. Así nos pasamos la vida, huyendo de la costumbre para enfrentarnos al único miedo que da miedo, aquel de ser como los demás. Pues eso, plantas que den flores, lo normal, otro milagro.
