Coca-Cola contamina más que Vox

Escribió Jorge Guillén: «Todo lo inventa el rayo de la aurora». Los versos no continúan, pero podrían hacerlo, de la siguiente manera: «Ya se encargará el hombre de extinguirlo». Así hemos pasado el año, oxidando los meses, incapaces de ver luz al final del túnel, precisamente un tren de lejanías dirigiéndose hacia nosotros a la velocidad de una luciérnaga. Y claro, llegan las estadísticas del año. Las de Spotify y el Ministerio de Sanidad primero. En los hilos de Twitter, y haciendo el ruido de un pájaro chocando contra un cristal, planean los niveles atmosféricos de dióxido de carbono, superiores al máximo alcanzado en 2019, sin pandemia y con expectativas de futuro. Le siguen varios récords infames: el incremento de 1 (en)coma 2 grados de la temperatura global y Coca-Cola convertida en la estrella que más contamina con sus plásticos. Así funciona la mecánica celeste en un lugar llamado la Tierra.

Muy cerquita, a apenas unas miles de toneladas de basura, le siguen —y cito por orden necrológico— Pepsico, Nestlé, Unilever y Mondelēz International Inc., todas ellas empresas dedicadas al mal comer y el peor beber además de a la higiene corporal que no corpórea. Por supuesto, mencionar de lejos los incendios que han arrasado más de un millón y medio de hectáreas en California, Australia y un pulmón canceroso —por lo de que querer extirparlo— llamado Amazonas. Y claro, China vuelve a superar a los Estados Unidos en su lucha por ser menos sostenibles, lo que significa que, durante los meses de encierro, lo único que hicimos fue limpiar más la casa y ensuciar un poco más el más afuera.

Añadía Neruda aquellos versos, los de «el río que pasando se destruye», y lo hacía mucho antes de otear el 2020. Mientras tanto, aquí nadie dice nada por si acaso. Será porque tenemos que pensar en darle cuerda a la rueda del consumo sin cuidado, colmar a la familia con regalos sin presencia, olvidarnos un año más de que sin aire no hay vacuna. Supongo que esas son preocupaciones de vates y jipis. Sí, el mundo está bien hecho, querido Jorge, y nosotros vivimos atrapados fuera de él. Un año menos.

Ilustración: https://www.lilypadula.com/

Mi nueva adicción: el gel hidroalcohólico

Fue una señal. Ahí estaba, solo entre una multitud enmascarada y expuesto en el pasillo del Carrefour, junto a los desodorantes que abro y no compro y el champú anticaída tamaño familiar. Recipiente cilíndrico con el tamaño justo, aderezado con aloe vera. El más caro y, por supuesto, inflamable. Lo introduje en el carrito como si se tratara de nitroglicerina y desde entonces, y como he dejado la Voll-Damm, se ha convertido en mi obsesión. Así es, lo reconozco; estoy enganchado al gel hidroalcohólico.

A diferencia de las reclusas de la prisión Brians 1 de San Esteban de Sesroviras, no me conformo con mezclarlo con Coca-Cola, sino que en mi afán de estar desinfectado 24/7 lo utilizo a modo de lanzallamas para depilarme los brazos, limpio el parqué de roble canadiense con una solución salina de Don Limpio y un dedal de pantenol de quemar para después, una vez seco, olerlo como un perrete en celo. ¡Y cómo me quedan las gafas! Incluso he descubierto que disuelve el Super Glue adherido de por vida a las yemas de mis dedos mustios.

Y no solo está el vicio y el hecho de que aspirarlo profundamente relegue a un pegote de wasabi en las fosas nasales a una broma del Este, no. Además ahorro agua y protejo el medio ambiente; vivo una vida ebria; la gente es más interesante; hay menos imbéciles en las terrazas y por fin estoy intoxicado de juventud oliendo a lo que huele el codo de una enfermera. Atravieso el espacio. Por fin hago caso a mi madre y me acabo el hígado. Soy hidrofeliz.

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