Pues resulta que las eléctricas no sólo nos follan desde haces meses, sino que cuando les imponen medidas para frenar su lucro incesante (358,2 millones de euros netos desde enero) sacan pecho y amenazan con las nucleares. Así bajan los contagios, la factura de la luz bate récords en la historia universal de la ‘inmafia’ y ellas, ¡oh, todopoderosas puertas giratorias!, imponen su ley entre una clase trabajadora ahogada. Por su parte, los pudientes pasan el mal trago tomando el sol y los ricos miran hacia otras latitudes, Suiza o algún paraíso sin calefacción. El caso es que nadie protesta más allá de Twitter, ya ves tú… Y claro, si los españoles somos potencia mundial en manifestaciones (uno de cada cinco salió a la calle este año), ahora cuesta entender este inmovilismo patrio. Aquí la clave antes del frío.
Después de meses de penuria parece que lo que toca ahora es aceptar la realidad lejos de los postulados de la ciencia. Pagamos lo que nos pidan, más sabiendo que una huelga de consumo incrementaría (aún más) el coste debido al sistema de subastas. ¿Poner una lavadora sale por 46 céntimos? Dios, qué paz saber a qué atenerse. ¡Nada de pollo a precio de solomillo, somos consumidores racionales y limpios! Además, da gusto ver el salario mínimo estancado en 950 euros frente al incremento del 195% de la luz. Dónde estarán los negacionistas del precio de la electricidad cuando se les necesita…
Cabe preguntarse por el límite, el de esas empresas dispuestas a maximizar beneficios por encima del bienestar y el de los ciudadanos que callan ante la peor de las injusticias. Porque la democracia, esa palabra con la que muchos se llenan la boca, se demuestra cuando el pueblo decide, y ahora ha decidido aceptar lo inaceptable. Resulta que el enemigo al que nos enfrentamos ni siquiera está en los consejos de administración o el Congreso, somos nosotros en su peor versión, esa del vivir y perder, pagar y callar. ¡Luz cara, más luz cara! Concedido.
