Paralizados por la electricidad

Un genio dijo que «cuando te haces mayor te das cuenta de dos cosas: el queso es muy caro y todo el mundo se droga». En términos de rabiosa actualidad sustituiríamos el queso por las nuevas tarifas eléctricas y la luz se haría. Y es que, de pronto, a la psicosis de puertas para afuera se le añade la ansiedad de los tramos del día en que debemos planchar, ducharnos con agua fría o leer un libro bajo el flexo del Ikea. Éramos reyes, de nuestra casa y nuestro balcón, hasta que tuvimos que abandonar las cenas con los amigos para poner una lavadora. La libertad era eso; pasar de la discriminación horaria.

Más allá del IVA, las tasas y el precio del kilovatio en el país de las terrazas, llama la atención la cronología. Justo ahora que las cosas arrancaban e íbamos de cabeza hacia la transición verde libre de carbón, justo en la hora en que los anuncios de coches eléctricos acaparan los carteles antes destinados a los conciertos, llega un gobierno socialista y genera una ansiedad rara porque no va por dentro, sino por cable de alta tensión.

Sorprende aún más que en el bloque ruso y chino la electricidad casi se regale y aquí, con millones de personas en situación precaria tengamos la tercera tarifa más cara de Europa. Miento, no me sorprende en absoluto. Si la electricidad sirve para cambiar el estado de la materia, dar impulso a la mecánica de las puertas giratorias y los capós, acercarnos a países exóticos, ¿por qué nadie sale a su barrio a bailar y quemar contenedores? Será porque el verano llegó antes.

«Flyin’ like a bird. Like electricity. Yeah, like electricity».

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