Eso que tú nos diste, Pau

Algo extraño sucede al hablar de la muerte. La mandíbula se tensa, la mirada se encoge. Lo siguiente, cambiar de tema. Poco importa que impregne el bol del desayuno o aceche cada respiración mal dada. Luego está lo del Pau. Decide pasar el inevitable tránsito con la familia, Fideos y ante las cámaras. Mira a Évole y de entre los surcos de un jirón de piel se destapan los ojos de un niño, los mismos que acompañan una conversación sobre cosas normales, corrientes. Algo más extraño sucede porque ante lo inevitable —ojalá pudiera vivir quince o veinte años más, dice— reivindica la vida bien usada, soporta el pensamiento de quedarse atrás, aunque no quiera. Y llora, y ríe y adrede despoja de drama los últimos momentos. Doce días después era un recuerdo.

Todos conocemos la antesala de la muerte. Algunos porque se lo contaron; otros porque les tocó. Normalmente lo que se hace es acompañar al paciente —la palabra enfermo es inexacta — y entender que muchas veces se hace mucho no haciendo nada, sólo estando. El tiempo deja de contarse con relojes y la vida queda en ese suspenso en el que dar un paseo por la montaña, pelar una naranja o atardecer adquieren su verdadero significado, el que tienen aquí y ahora.

Pau tiene frío y se coloca la gorra hacia atrás, igual que un adolescente de cincuenta y tres años. Da igual, llega a decir. Y en se momento uno entiende que algunos mueren muchas veces antes de morirse, y otros lo hacen tal y como vivieron, con la tranquilidad que otorga saber que es síntoma de vida. La entrevista termina y pasan los créditos. Las canciones adquieren aspecto de silencio después de verle susurrar desde el más acá. Ya por eso merece la pena amar, cantar, vivir. Eso nos diste, Pau, y eso es la hostia.

Ilustración: http://www.ellocodelpelorizo.com

De Miguel, de Bosé y del negacionismo

Y seguimos para bingo (-). Después de la entrevista a Miguel, a Bosé y a toda la troupe que cohabita en el interior de una persona, se ponen de manifiesto otras tantas cuestiones. La primera es que algunos siguen un régimen de drogas muy estricto para mantener la mente ágil. La segunda es que envejecer y hacerse muy viejo confluyen en el hijo del torero y la musa. La tercera se puede resumir en una línea: ¿es necesario dar voz a personajes públicos que carecen de los conocimientos para hablar, en este caso negar, una enfermedad que ha matado a tres millones de personas en el mundo? Resulta que sí, precisamente porque semejante temeridad implica enormes audiencias.

El caso es que negacionistas ha habido siempre. Si el Holocausto fue un montaje, entonces el VIH una combinación de sustancias nocivas y problemas nutricionales. Si el cambio climático responde a una pataleta de Greta Thunberg, entonces la teoría de la evolución queda invalidada por las creencias de fundamentalistas bíblicos. También andan metidos en cosas de andar por casa: Elvis Presley baila en un búnker, Jesús está entre nosotros —probablemente en la Comunidad de Madrid— y la verdad no se encuentra ahí fuera. Solo tienes que buscarla.

Lo peor de todo es la seguridad que Bosé, en nombre de todos los negacionistas, esgrime cada vez que abre la boca, esa convicción de plantear un debate legítimo cuando, en realidad, todo apunta hacia el mejor callarse. Así se reafirma, saca pecho y señala la ceguera crónica de una sociedad boba. El dogma ha vuelto, búscalo, ¡está en el Internet! Nos queda la duda de saber si Miguel estará al corriente de que la desinformación, a día de hoy, mata. Y mucho.

Ilustración: Joey Guidone