Octubre

Los domingos de octubre se clavan en la carne. Contienen restos de estaciones cálidas y la promesa de ese frío que nació sin ganas. Quizás por eso la nostalgia invade los rincones de mi patio y también la almohada, crece dentro de uno sin pedir permiso. Ahora llueve, por dentro y hacia fuera de este simulacro, el del invierno, como si el tiempo de la luz anticipara las bufandas, los jerséis que pican, los puños deshilachados por la falta de uso. Así pasan las horas, o nosotros en ellas, también los regueros de la sangre con sabor a avellanas, a ciruela pasa. Y el color desaparece, y los colores en él, recuerdos del pulso detenido frente a un mar ocre que moja lo justo. Quizás por eso los huesos se resienten, crujen, aportan poco sabor a la sopa de cocido. Nadie nos preparó para estos días. Ni siquiera las madres conocen la receta. La tristeza fue siempre la gran incomprendida en esta historia, un cuchillo que no corta, una mañana antes del alba. Si algún día me muero elijo octubre. Que quede por escrito. Yo vivo.

Ilustración: David Galletly

Nieve, nieva

Tenía que nevar para que el mundo cambiara de una vez, para que durante un espacio de tiempo amortiguado abramos las ventanas, miremos hacia arriba y reconozcamos un paisaje dentro de otro paisaje, ahora lunar. Porque sólo el silencio es capaz de abrirse paso entre los copos, y derrotar al eco, y el invierno por fin defiende la matemática de nuestros pasos flotando alrededor de la tierra. Es por esa razón que, cuando todo es blanco, el pecho se frena, la vida es un poco más letargo. Será porque nos devuelve a las batallas con bolas de nieve en el patio del colegio, a esa bufanda con pompón regalo de la abuela, a las manos dentro de unos guantes y los labios del color de las cerezas. En definitiva: al amor y el deseo sin otro cuerpo cerca.

Odiamos el frío, despertarnos en mitad de un beso incompleto, el sudor cuando imita a los lagartos. Sin embargo, a todos nos gusta la nieve o ver nevar, que no es lo mismo. A algunos porque les sirve para recorrer montañas sobrios y haciendo eses, a otros porque cuando se acumula en el arcén significa día libre, o sea, en cama. A mí porque es la ocasión perfecta para ocupar la acera y observar mirando, callar comentando la caída, mirar de nuevo, después sonreír, observar una colilla sepultarse. En realidad, lo que apreciamos son los minutos de tregua que concede. Nadie va a iniciar una guerra mientras nieva; nadie. Como mucho algunos pensarán en diamantes o en comprar unas botas con forro de lana merina.

Lo mejor de todo es beberte un chocolate mientras. Uno bien caliente, sol de Cancún en una taza, algo que compense un corazón color de hueso. Es lo que tiene la vida dibujada al carboncillo. Creo que pronto le haré una canción a la nieve, pero una que no resuene, como ella, aunque con notas, dos corcheas y un hilo de luz. En la estrofa nombraré el perdón, en el estribillo el camino de vuelta a casa. Terminará con Ángel González: «No fue un sueño, lo vi: la nieve ardía». Crepúsculo. Madrid. Invierno.

Ilustración:  Marco Cristofori

«El Gran Frío» y VOX

Ya es invierno en Oymyakon, un pequeño pueblo al este de Siberia, y cuando lanzas al aire agua hirviendo ésta desciende convertida en granizo, agujereando como perdigones el manto de nieve que cubre todo lo que te rodea. Porque todo lo envuelve el frío, tanto que si alguien muere tienes que preparar una enorme hoguera para reblandecer la tierra y así poder enterrar a tus seres queridos, a Koshka, la husky siberiana, a Chéjov, el caballo de carga.

Pero el problema no es el frío sino «El Gran Frío», al que se le reconoce fácilmente porque llega envuelto en una niebla que se mantiene suspendida en el aire como un buitre, creando un pasillo que adopta la silueta de aquellos que reúnen el valor suficiente para salir de casa.

Si miras fijamente ese pasillo durante el día podrás distinguir figuras de todos los tamaños: las de los niños que van a clase enfundados en sus gorros, las del «4X4» de papá, las de algún borracho que apenas puede mantener el equilibrio, la de Tania, la chica más alta del equipo de baloncesto…

Ya es invierno en España y este año «El Gran Frío» procede de dentro de nuestras fronteras, de pueblos blancos rodeados de marismas y mar, de campos de olivos y horizontes verdes, azules… y no viene solo sino que sujeta la mano firme de VOX, con su silueta de anchos hombros, su mirada desafiante, su andar decidido, su extraña vuelta a los valores de siempre.

Desempaña la ventana con la manga de tu jersey de lana y mira la calle; cuando la silueta de Vox atraviesa la niebla no se forma un pasillo sino un callejón sin salida.