El amor siempre sirvió para entender este y cualquier otro mundo. En cambio, son hombres los que se empeñan en explicar cosas, todo el tiempo, también cuando nadie les pide que lo hagan. No pueden evitarlo. Ellos, señores todos, preguntan sabiendo la respuesta, como si el uso de interrogativas en su boca fuese la excusa para demostrar lo que dominan y saben de memoria. A fin de cuentas, este es un mundo de hombres que lo explican todo. Y así va.
Porque a esos hombres que lo explican todo les cuesta reconocer, primero, que sus explicaciones no hacen falta. Segundo, y en otro rango, que lo que le importa a la mayoría —más allá de tendencias y afters— está sujeto a la ley del orden y el desorden. Entonces, bajo una luz como pintada, siempre aparece un tío con jersey de cuello alto que pretende darle sentido a la existencia. Él sabe de esto, mucho, pero mucho se equivoca el que cree que las palabras sirven para algo. Quizás para decorar la noche con estrellas.
Hay menos mujeres que lo explican todo. O al menos son discretas en su intento de demostrar nuestra falta de adaptación al medio. Puede que sea un problema espacial, puede ser por culpa de los hombres. Decía un pintor con bigote que «el trabajo de un hombre es la explicación del hombre», una frase certera y también triste. En 2023 parece preferible una mala explicación que no dar ninguna, lo que nos induce a un error de género. Entonces regresa el amor para salvar el mundo. Lo hace siempre, con un silencio que lo explica todo.

Ilustración: Alex Colville