Matarile al maricón

Sucedió en La Coruña, a miles de kilómetros de Emiratos Árabes o Pakistán. La víctima tenía veinticuatro años y un teléfono móvil. Recibió una paliza al grito de ¡maricón! Así funcionan los crímenes del odio, aunque el odio no sea un sentimiento que flote en el ambiente en busca de un objeto en particular o, en este caso, la cabeza de Samuel. Necesita un detonante, un gesto percibido por trece personas con dificultades para distinguir lo común de la normalidad. Y entonces un chico muere por el miedo que genera en otros vivir sin temor su género y orientación sexual. Queda claro, por los restos de sangre en el suelo, que ese día aún queda lejos. Las coronas de flores y la solidaridad llegaron antes.

Si levantamos la vista, resulta evidente que el poder se concentra en las manos y puños de los hombres. Son ellos los que parecen decidir cuándo una vida ya no merece ser vivida, dónde el tiempo se detiene mientras el mundo gira. Se trata de un dominio perverso, de ahí que el sistema (medios de comunicación, VOX, PP, hombres de negocios y trabajadores) se rebelen contra el feminismo, el único movimiento agresivo no violento, multirregional y multilingüe que ha decidido plantarles cara.

Resulta extraño hablar de una muerte provocada. En ese contexto, el de varios jóvenes a la puerta de una discoteca, se siguen unas pautas. La palabra hace, el cuerpo sigue, la identidad es acto y, finalmente, la sexualidad implica enfrentamiento. Cada vez que un ser humano perteneciente a un colectivo minoritario pierde la vida de esta manera, todos pedimos justicia. Hacerla esperar sería la mayor injusticia de todas. Menos mal que la homofobia está superada en España…

Ilustración: desconocido

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