Prohibir la manifestación del 8M es una victoria

Madrid es la Sodoma de Europa. Aquí todos los días puedes brindar sin mascarilla mientras lo hagas en una terraza; coger el metro para sentir ese calor humano casi extinto; ir al gimnasio y confraternizar con el vulgo y de paso hacer culo; escoltar a negacionistas y excomisarios y fomentar la libertad de expresión de los que se escoran hacia la derecha de la derecha… eso sí, cuando ellas deciden salir a la calle para reclamar su derecho a caminar tranquilas de día y de noche se encuentran —¡qué casualidad!— con la prohibición de la Delegación del Gobierno. Y es que el 8M, Día Internacional de la mujer, siempre ha sido percibido como una amenaza para esa facción dueña de un miedo congénito a la fuerza de las mujeres y que se llena la boca con la tan denostada responsabilidad.

Porque las cosas cambian, sí, y además resulta que ahora lo hacen gracias a su empuje, siempre de manera pacífica, contra la distinción de géneros y manteniendo la distancia de seguridad. Es por tanto, que esta medida se percibe como una provocación, pero también como una victoria, precisamente porque implica razón y derecho en la lucha. Ya se sabe que, cuando la ley se sustenta en la parcialidad, algo huele a podrido en la Puerta del Sol y alrededores.

Resulta que las chicas buenas van al cielo y las malas a todas partes menos en la capital. Lo que parecen ignorar las autoridades es que el silencio tampoco lleva a ningún sitio y silenciar sin razones de peso sólo conduce a la ira. El feminismo será capaz de transformarlo, como viene haciendo desde el siglo XVIII, y encontrará la manera de ir más allá de la igualdad. Mientras llega, su eco se deja notar en los pasillos, en los colegios y en la vida al pasar. Este tren no lo para nadie.

Ilustración: http://www.lauraberger.com

En la piel de un ‘hater’

Voy a intentarlo. Levanto la voz hasta convertirla en metralla, elimino cualquier tipo de reflexión e impongo una mezcla de incertidumbre, falta de melanina y sobreexposición mediática —si es Twitter, mejor—. Por supuesto, cada dos palabras tres insultos. Aquí lo importante es instalarse más allá de la crítica, en un punto intermedio entre una nube de azufre y la maldad crónica; bloquear cualquier iniciativa; inyectar veneno; poner palos en una rueda moribunda; reivindicar el ser como forma máxima de indignación permanente. Tomo aire.

La culpa de todo es de este gobierno incompetente. ¡Sánchez hijo de puta! Primero nos encierran en casa. ¿Dónde están los test? ¡Después nos dicen que podemos salir por fases! Mentirosos compulsivos. El día del subnormal… ¡y sale a la calle acompañado de su mujer! ¿Illa Ministro de Sanidad?… ¡asesino! Qué asco dan. Mientras que Francia y Alemania dan respuestas a esta crisis, el gobierno de España nos lleva a la ruina. Fernando Simón tiene que dimitir y depilarse las cejas. Sánchez nos impone su nueva realidad. Lo sabían desde hace meses y no hicieron nada. Los recortes en Sanidad son un mito. Inútiles.

Pues bien; después de escupir todos estos exabruptos recopilados en Facebook y la prensa tengo que reconocer que me ha subido la temperatura corporal y mi corazón ha adquirido la forma de una granada de mano. Resulta que verbalizar el odio y la impotencia —sin olvidar que se han hecho mal muchas cosas muchas veces— solo demuestra un profundo complejo de inferioridad. Se hace más tendiendo la mano. Mucho más… ¡Comunistas!