Madrid es la Sodoma de Europa. Aquí todos los días puedes brindar sin mascarilla mientras lo hagas en una terraza; coger el metro para sentir ese calor humano casi extinto; ir al gimnasio y confraternizar con el vulgo y de paso hacer culo; escoltar a negacionistas y excomisarios y fomentar la libertad de expresión de los que se escoran hacia la derecha de la derecha… eso sí, cuando ellas deciden salir a la calle para reclamar su derecho a caminar tranquilas de día y de noche se encuentran —¡qué casualidad!— con la prohibición de la Delegación del Gobierno. Y es que el 8M, Día Internacional de la mujer, siempre ha sido percibido como una amenaza para esa facción dueña de un miedo congénito a la fuerza de las mujeres y que se llena la boca con la tan denostada responsabilidad.
Porque las cosas cambian, sí, y además resulta que ahora lo hacen gracias a su empuje, siempre de manera pacífica, contra la distinción de géneros y manteniendo la distancia de seguridad. Es por tanto, que esta medida se percibe como una provocación, pero también como una victoria, precisamente porque implica razón y derecho en la lucha. Ya se sabe que, cuando la ley se sustenta en la parcialidad, algo huele a podrido en la Puerta del Sol y alrededores.
Resulta que las chicas buenas van al cielo y las malas a todas partes menos en la capital. Lo que parecen ignorar las autoridades es que el silencio tampoco lleva a ningún sitio y silenciar sin razones de peso sólo conduce a la ira. El feminismo será capaz de transformarlo, como viene haciendo desde el siglo XVIII, y encontrará la manera de ir más allá de la igualdad. Mientras llega, su eco se deja notar en los pasillos, en los colegios y en la vida al pasar. Este tren no lo para nadie.
