Españoles, hay españoles negros

En 1979 había un negro en toda la provincia de Segovia. Nacido en Cuba, tenía los dientes tan nevados como la cumbre de la Bola del Mundo y los niños le señalaban por la calle. «Mira, mamá, un negro». Joaquín, así se llamaba, les devolvía el afecto con clases de inglés y deje de La Habana, ajeno al hecho de que algunos de esos críos mirarían al mundo con la misma desconfianza… cuarenta y dos años después. De pronto, los españoles negros (o puede que sean negros españoles) se atreven a desafiar el tiempo y la gravedad, enarbolan banderas rojigualdas y cometen la osadía de apellidarse Peleteiro. Está claro que ya nada es como antes… gracias, en parte, a los Juegos Olímpicos.

Queda en evidencia el complejo de salvador blanco tan explotado por Vox y su cuadrilla —incluido Ignacio Garriga y algún despistado más— al obviar los triunfos de estos `españoles españoles´ con cordones umbilicales en África y otros lugares inhóspitos. Se les olvida que la gente joven y la leña son todo humo y el azul baña los perfiles de un planeta repleto de colores, formas y combinaciones líquidas.

Así el broce mezcla el cobre y el estaño, siendo su base el primero y hasta un veinte por ciento el segundo. El oro del podio contiene restos de plata, zinc e incluso cobre. La plata, arsénico y antimonio. De esta forma, la pureza viene determinada por las acciones, tanto de los deportistas como de nuestros representantes políticos. Institucionalizado el deporte sirva éste como política de conciliación. Localizada la estrategia del odio sirva el bronce como sustento para esta nueva EspAna, una en varias, mixta, libre de fascismo.

Ilustración: creativereview.co.uk

Simone dice: «si no puedes más… para»

Así somos. Parece que tenga que retirarse Simone Biles de unos Juegos Olímpicos para que el resto de mortales priorice la salud mental, hasta hace poco ‘cosas de gente sensible’. Y es que en el gueto de la gimnasia, deporte demoledor para el cuerpo y la escala de daño, la desconexión entre cuerpo y mente —algo que sucede tras miles de piruetas— ha permanecido acurrucada. También el bloqueo, la ‘carcasa’ o la ansiedad de aquellas que aspiran a la perfección. Si a eso le añadimos una búsqueda constante y desesperada de historias de superación y modelos de conducta, el resultado es la mejor gimnasta de todos los tiempos echándose a un lado. El éxito viene siempre detrás de la vida. Repetimos; siempre.

Observando sus acrobacias en contra de la gravedad nos olvidamos de lo más importante. En los entrenamientos prima el error; por cada doble-triple clavado hay veinte fuera de pista; para noventa segundos de ejercicio se emplean niñez, adolescencia y restos de vida adulta, tiempo en el que, paradójicamente, sólo las más fuertes de cabeza aspiran a las medallas. Simone es culpable de una cosa: hacer fácil lo imposible, y eso tiene graves consecuencias para la ficción en la que parecemos habitar.

A pesar de las presiones, Simone dice: «si no puedes más… para, cuídate». El mensaje va a la contra de lo viejo conocido. ¿Dónde queda el espíritu de competición? ¿Y el récord y la historia? ¿Qué sucede con las esperanzas depositadas en ella? Sencillamente que esa mierda se acabó. A partir de ahora, los aspirantes al podio deberán tener en cuenta que el deportista de élite entra en la pista cuando se siente bien por dentro y por fuera, de lo contrario, saldrá en una camilla. Y de pronto, el mundo es un lugar menos extraño.

Ilustración: www.erickrasco.photoshelter.com

De titulares machistas en los JJ. OO.

Cada cuatro años el ejercicio concentra la atención de los más sedentarios. El fondo cambia, los competidores se renuevan por dentro y por fuera y en Tokio los abanderados caminan por parejas: un hombre y una mujer muy sanos. En este clima de desarrollo social e indumentario, los titulares machistas demuestran cada día que los medios de comunicación siguen tratando de forma distinta las noticias deportivas según quien las protagonice. Y no lo digo yo, lo dice la Universidad de Cambridge después de analizar 160 millones de palabras. Ellos reciben más alabanzas y tiempo en el telediario, siempre rematados con un «fuerte» o «rápido». Ellas, en cambio, acaparan comentarios sobre su estado civil y destacan porque «lo hacen como un hombre».

De Paula Badosa comentan que es la ex de Broncano. El presentador, como es lógico, se encabrona mientras come Doritos delante del televisor y las redes le dan más bola —valga la redundancia— que a la tenista. Pero esto viene de la prehistoria. En los juegos de Río un periodista pagado escribía un poema sobre Allison Stokke: «Saltar, correr, andar, dormir, no hacer nada o hacerlo todo. Da gusto verla en general». Ninguna referencia a sus logros con la pértiga. Otro bromeaba con el equipo femenino de tiro con arco: «El trío de las gorditas roza el milagro olímpico». ¡Siguiente!

Así se las gasta el machismo. Tan enquistado se encuentra en la sociedad que pasa por una gracieta, el «no hay nada de malo en admirar la belleza» que dirán algunos. Resulta que estas actitudes disfrazadas de normalidad relegan el espíritu de superación, el sacrificio y la renuncia a la infancia —la esencia del deporte al más alto nivel— a una simple anécdota, imponen la mediocridad en un acto al alcance de un puñado. Resulta que a ese Olimpo de laureles acceden hombres y mujeres, y algunos periodistas todavía no se han enterado.

Ilustración: http://www.mariasvarbova.com