Nos están matando

Todo cambia para que nada cambie. Esta vez sucedió en un portal de Madrid, la capital del Orgullo. El elegido; un español de veinte años. Los agresores; un grupo de hombres cubiertos con pasamontañas que hablaban con insultos. «Maricón de mierda, asqueroso, comemierdas», un poco lo de siempre. También «anticristo», algo más sorpresivo. Para rematar el retablo siniestro, le firmaron la palabra maricón en el labio y el glúteo. Después se fueron a tomar unas birras por Malasaña, dejando a la víctima en la posición de Federico, con la salvedad de un corazón que todavía late. Y claro, si el odio sigue extendiéndose de derecha a izquierda, entonces la rabia aflora y una parte de la sociedad entona el ‘ni uno más’ cada vez menos convencida. Pero ¿por qué? Porque la suciedad calla.

Espinosa de los Monteros: «Hemos pasado de pegar palizas a los homosexuales a que ahora estos colectivos impongan su ley». Fernando Paz: «Si mi hijo dijera que es gay, trataría de ayudarle. Hay terapias para reconducir su psicología». Hay muchas más barbaridades. Si las palabras aumentan la temperatura ambiente, entonces la espiral de silencio aviva la violencia. Así también se señala al colectivo LGTBI, mediante voces institucionales contrarias a la tendencia homófoba que prefieren ser cautas o directamente no mojarse. Será por miedo, será porque la homosexualidad se contagia por aerosoles…

Resulta aterrador comprobar que esa tarde de caza sea considerada por algunos como una chiquillada, de la misma forma que otros confirman la planicie de la Tierra y la sinrazón de una vacuna que ha salvado a millones de personas. Que quede muy claro. Cuando alguien esgrime el ‘nos están matando’ queda descartada la creencia. Puede ser difícil de asimilar, pero en septiembre de 2021 siguen asesinando y agrediendo a personas que cometieron la osadía de ser ellos mismos. Progreso lo llaman.

Ilustración: http://www.emilianoponzi.com

Un beso contra la homofobia

Sirva esta portada como muestra. En realidad, muchos ven lo que sólo se intuye y, sin embargo, permanece en suspenso. De ahí la importancia de compartir el instante previo al roce de unos labios, acción que ni siquiera puede considerarse completa, aunque incluya su inercia, presión y humedades. Así somos, tendentes a la crítica y la bilis frente al contacto de las bocas de dos chicos. ¿Sería diferente en el caso de dos chicas? ¿Y si fueran un chico y una chica o cualquiera de las construcciones sociales asociadas al género? El odio también se esparce alrededor de El País, periódico sometido a los vaivenes del poder que busca la provocación a través de (redoble de tambores) ¿un beso?

Porque tal y como van las cosas si hay algo que debería hacerse a vista de todos, en la calle, en los parques y las gasolineras, es besarse. Pero lento y rico, con lengua y un poco de aire, y aún más sabiendo lo que les ofende a algunos. La lucha contra la homofobia y esa confusión entre la normalidad y lo común debe librarse con la firmeza propia de los morreos bien dados, un símbolo de amor que une a los protagonistas y separa a los observadores. Por eso lo hacemos con los ojos cerrados, para olvidar que en pleno 2021 es la mejor manera de protegerse de la vulnerabilidad y la ceguera.

Fotografía: http://www.pablozamora.net

Matarile al maricón

Sucedió en La Coruña, a miles de kilómetros de Emiratos Árabes o Pakistán. La víctima tenía veinticuatro años y un teléfono móvil. Recibió una paliza al grito de ¡maricón! Así funcionan los crímenes del odio, aunque el odio no sea un sentimiento que flote en el ambiente en busca de un objeto en particular o, en este caso, la cabeza de Samuel. Necesita un detonante, un gesto percibido por trece personas con dificultades para distinguir lo común de la normalidad. Y entonces un chico muere por el miedo que genera en otros vivir sin temor su género y orientación sexual. Queda claro, por los restos de sangre en el suelo, que ese día aún queda lejos. Las coronas de flores y la solidaridad llegaron antes.

Si levantamos la vista, resulta evidente que el poder se concentra en las manos y puños de los hombres. Son ellos los que parecen decidir cuándo una vida ya no merece ser vivida, dónde el tiempo se detiene mientras el mundo gira. Se trata de un dominio perverso, de ahí que el sistema (medios de comunicación, VOX, PP, hombres de negocios y trabajadores) se rebelen contra el feminismo, el único movimiento agresivo no violento, multirregional y multilingüe que ha decidido plantarles cara.

Resulta extraño hablar de una muerte provocada. En ese contexto, el de varios jóvenes a la puerta de una discoteca, se siguen unas pautas. La palabra hace, el cuerpo sigue, la identidad es acto y, finalmente, la sexualidad implica enfrentamiento. Cada vez que un ser humano perteneciente a un colectivo minoritario pierde la vida de esta manera, todos pedimos justicia. Hacerla esperar sería la mayor injusticia de todas. Menos mal que la homofobia está superada en España…

Ilustración: desconocido