Cada cuatro años sucede otro misterio de Madrid: una parte de sus habitantes dice adiós, amaga con hacer las maletas, reniega de esta ciudad azul y casi verde. Nadie se explica el resultado. Y es que el madrileño común (sinónimo de extranjero) convive en una aldea gala, pasea desde Malasaña a Alonso Martinez y se agota, cree que la ciudad representa la extensión de su obra y pensamiento. Pero no. Madrid nunca será una gran ciudad, precisamente por ser una ciudad grande con costumbres de arado y pan con chorizo. El misterio de Madriz no es lo invisible, sino lo que dice el escrutinio.
Haced la prueba. Preguntad a los amigos madrileños. Son modernos, van en bicicleta y asisten al teatro, meten los briks, las latas y los plásticos en la bolsa amarilla. En la gris, los restos. Incluso compran libros, les preocupa el medio ambiente y sienten una cuchillada al percatarse del poco caso que se le hace a la gente que pide por vagones. Pues bien, mi ciudad es de derechas. Larra tenía razón al decir aquello de que «escribir de Madrid es llorar». Y el mar no se puede concebir.
Ahora queda seguir esperando nada, y puede que esté bien así, que si Madrid fuera de izquierdas sería la mejor ciudad del mundo. ¿Tendrán la culpa el chotis y los geranios del balcón? ¿Y si fuera el miedo? Hay millones de cadáveres bajo el suelo de Madrid y muy poca memoria. A pesar de todo, muy pocos cumplirán su amenaza de dejarla. Se puede convivir en paz a pesar del drama y la falta de aparcamiento. Lo cierto es que en ningún otro lugar es posible pedir una cerveza para desayunar sin que te miren raro. Resulta que el misterio no reside en las ciudades, sino en los humanos. Y el azul seguirá siendo un color triste porque no le pertenece al cielo.

Ilustración: Kento Ida