Este año puedes decir que odias la Navidad

Este año trae consigo un milagro: por primera vez será posible proclamar, sin miedo a pasar por un amargado, que odias los jerséis de renos y guirnaldas, los belenes con Fernando Simón de Jesusito en un pesebre y las reuniones con gente a la que quieres, pero no soportas. En definitiva, que la Navidad es un entretiempo de urticaria, y más cuando la banda sonora es el puto villancisco de Mariah Carey. Y es que el Grinch también se ha empoderado, toma las riendas del consumo y señala con el dedo largo a aquellos que se comen la fruta escarchada del roscón, compran un abeto que tiran junto a las cáscaras de mandarina y vuelven a casa. Porque pocos vuelven, y si lo hacen es con una PCR de regalo del hombre invisible, ¡a Belén pastores!

Pero ¿cuál es el perfil del enemigo de los polvorones sin agua y la chimenea chisporroteando? Sabemos que no tiene la cara de un duende verde. Ni siquiera gruñe o se come a los cachorros de pomerania. Simplemente es incapaz de entender el emoji de la interrogación dentro de un recuadro, se niega a colgar las luces en noviembre y desenchufarlas a finales de junio, maldice a la monarquía y bebe zumos naturales coronados con una rama de apio. En definitiva, es un duende sin atributos ni descendencia, y el pasado, el presente y lo de más allá le motivan lo mismo que hacer la cola en Doña Manolita.

Incluso con su retrato robot en la nevera resulta muy difícil de localizar. Ahí podría estar, o no. Incluso tú podrías formar parte de su ejército en algún momento, sobre todo pasados los 50. La cuestión es que se ha librado del estigma de Ebenezer Scrooge y los gremlins, y propaga la única enfermedad que debe unirnos cuando el mundo flota entre familias: estamos aquí para algo más que para pensar en nosotros mismos, solos, con campanadas de fondo o en el silencio de la nieve al caer. Y así la Navidad tiene sentido sin Mariah.

Ilustración: Kawase Hasui

Sin villancicos no hay Navidad

En diciembre las navidades llegan a lomos de El Gordo, mucho estrés, cenas familiares con tendencia al infinito (+ 1) y ese famoso espíritu ‘anti-grinch’ que impulsa al paisano a desear la felicidad de aquellos a los que no soporta el resto del año. Sin embargo, ¿qué sería de los belenes, las luces y las burbujas sin la banda sonora que los acompaña? Porque si el verano no se entiende sin Georgie Dann, la primavera abre las flores y el otoño es la estación en la que la gravedad es norma, entonces los villancicos son culpables de convertir el invierno en melodía, a veces tortura, campana sobre campana y sobre campana… ya se sabe.

El villancico surge como la canción de la villa, registro costumbrista de esos lugares en los que la vida pasa y a los que se da forma allá por el siglo XIII, convirtiéndose en verdaderos éxitos durante el reinado de Isabel la Católica. Y es que hace siglos nadie escuchaba el «All I want for Christmas is you» —la canción le ha «regalado» a Mariah Carey más de 60 millones de dólares desde 1994—, sino que los más pequeños esperaban la Navidad para cantar las aventuras y desventuras de otra María, su burra, un marido con manos hábiles, su hijo sin pecado, estrellas fugaces indocumentadas y reyes cargados de esencias. Pero ¿cuáles son los ‘hits’ más calientes en estos días de ‘trap’ y rosa(lías)?

Pues el «Campana sobre campana» anónimo y, como no podía ser de otra manera, de origen andaluz. Traducido a un centenar de idiomas, nunca falta en Cortilandia. Le sigue «El tamborilero«, parido en Checoslovaquia y hecho himno en la versión inglesa de Katherine Kennicott. Destaca la revisión LGTBI de Raphael —muy ‘porropoponpon’—, la de Bowie a medias con Crosby y, por supuesto, la de Bad Religion sin Kenny G. «Noche de paz«, «Blanca Navidad«, «La Marimorena«… todos ellos nos tocan con su halo entre grimoso y pacífico, melodías con la capacidad de condensar en el presente un pasado con mimbres de repetición futura. Y ya es Navidad por aquí.