Yo, autónomo

Esta situación, que se alarga y se contrae en función del número de vinos, ha puesto de manifiesto que los que todavía mantienen su trabajo ahorran más de lo normal, que la Iglesia Católica está llena de gente poco cristiana y que, de entre todas las actividades laborales y a un nivel inferior al de las cucarachas —al menos ellas tienen una cama caliente detrás de la nevera— se encuentran poetas y autónomos. De hecho, la situación es tan grave para este colectivo que he decidido de manera unilateral y a partir de hoy llamar poetas a los autónomos y autónomos a los poetas, excepto a Marwan al que directamente le considero malo en lo cantado y peor vate. Y es verdad, todo el mundo lo pasa mal, los sanitarios, los hosteleros por defecto, los de la funeraria por exceso y, sin embargo, nadie habla de ellos, nosotros, precisamente porque estamos acostumbrados al olvido en vida. Yo, autónomo; yo nada.

La invisibilidad crónica que nos acompaña desde la invención del hombre como mula de carga se hace más patente en momentos de penuria. Ahí el autónomo, perdón el poeta, nace porque el silencio es su territorio, desentraña los secretos de dos palabras que al juntarse dan cuerda a un misterio: cero curro, se fuma otro cigarro de liar e inventa una fábula en la que él es el protagonista inesperado, por supuesto, con final dramático: termina trabajando por cuenta ajena.

A pesar de todo y de todos, cada año muchos autónomos prueban suerte y se lanzan al vacío. Es verdad, uno se organiza mejor el tiempo, es el jefe de su propio jefe y se explota cuando quiere y puede, y por eso se queja menos de lo que debería; hacerlo significaría señalar su lugar en el mundo ¡y eso nunca! Ahora bien, pocos salen a la calle enarbolando la bandera del país de nadie y tres millones y medio, pocos caen en la cuenta de que ser autónomo es serlo en lo importante, aunque eso tampoco significa ser autosuficiente. La práctica del emperdedor se aprende por el camino y por eso hay que decirlo, para estar seguro de perder con dignidad. Un abrazo para todos los poetas en paro.

Ilustración: http://www.johnholcroft.com/

Ahora la ‘manifa’ de Vox…

Estamos llegando a un punto en que cualquier noticia resulta, cuanto menos, forzada, como si de pronto fuera imposible acomodar al vórtice de la realidad cualquier gesto o manifestación humana a expensas de la ciencia. Así nos encontramos a Defreds y Leticia Sala, Elvira Sastre y Marwan —la nueva generación de la cultura — reunidos telemáticamente con los reyes de cera, a Bisbal, Mercé y Miguel Poveda convertidos en representantes de la música española y a una señora llamada Maria Luisa Fernández encabezando un movimiento Tefal-fascista.

El siguiente paso, en plena progresión exponencial ultra, será la protesta a caballo-motor convocada por Vox para este sábado. Y es que, no contentos con congregar al ejército de tierra en nombre del odio, ahora es el turno del despliegue contaminante de un Abascal haciendo de malo de Mad Max —esperemos que con taparrabos— y guiando al pueblo en nombre de la libertad. A su derecha una limusina pintada con los colores nacionales y a su más derecha, por ejemplo, un tanque. Algo discreto.

Suponemos que esta nueva deriva vendrá secundada por miembros de todas las clases sociales, la Iglesia en modo avión, algunos inmigrantes de atrezo, un autobús con la bandera LGTBI a media asta, gente sin carnet y muchas familias camino del Mercadona atrapadas en un atasco tóxico. Paradójicamente, después del desfile no habrá saqueos ni ataques a sucursales bancarias. Se lo han llevado todo antes.

Ilustración: http://canvas.pantone.com/

Poesía para desayunar

Poco a poco, Instagram comienza a abrirse a otras «manifestaciones» que van más allá de la foto retocada del personaje ficticio de turno, la misma que nos genera grima y furia a partes iguales por lo insoportablemente perfecta que parecen sus vidas, reducidas ahora a la pantalla de un móvil, quizás el único lugar donde fingir implica todavía ser relevante. Y después el olvido. Tenemos vídeos de músicos que muestran niveles desorbitados de talento a edades más proclives al acné o las primeras reglas, fotos de Picasso y Gerhard Richter manchándose la cara, extractos de entrevistas a Joan Didion, Noam Chomsky o Jeff Tweedy, por citar a algunos seres humanos cuya elocuencia se manifiesta más allá de sus respectivas actividades laborales… y también hay poesía.

La cuestión es que la poesía más accesible, aupada en el verso libre y muy del gusto de la población (no) lectora ebria de hormonas, ha encontrado su hueco, y eso, que en principio debería ser una buena noticia para el estado de la cultura y el alma, comienza a parecerse a un combate de UFC. A un lado del octógono, la vieja guardia, asentada sobre los hombros ecuménicos de Ezra Pound, Valente o Lorca —por ceñirme a nombres que generan consenso—; al otro, la ligereza millennial de Elvira Sastre, Marwan o Lae Sánchez —por citar el supuesto «mal» que nos acecha— cuyas cifras de ventas superan en su primera edición a toda la obra poética de la generación del 50 y la nueva camada (supuestamente culta). Sosiego, por favor.

Resulta que escribir poesía, o simplemente escribir, es un gesto sencillo cuando se aborda por primera vez. Después puede mutar en monstruo. Lo contrario sucede con la lectura, ya sea en Instagram, Planeta (tapa blanda) o sobre los pasos de cebra. Será el paso del tiempo el único juez capacitado para echar la vista atrás, espantar a los pececillos de plata y dirimir si los versos lúbricos de los stories equivalen a fisgar entre los recuerdos de juventud de nuestros futuros viejos, compuestos exclusivamente de fotos de desayunos ricos en antioxidantes perecederos.