Sí. Has leído bien. Lo repito por si acaso queda algún tipo de duda: mascarillas de sangre menstrual. Así es como se anticipa la tercera ola, esa que ya no será física, sino un compendio de lo callado y lo temido materializándose (a borbotones) en ideas que bordean la guarrería. Desconozco si esta nueva terapia pretende alinearse con el críptico hermetismo erigido en torno a la regla, pero podríamos guardarla en la caja negra en la que se ha convertido este año cero, junto al mono que robó las muestras de pacientes Covid-19, solearse el ano y el nombre del hijo de Elon Musk, X Æ A-12 en honor a los elfos y los aviones rápidos. Y por favor, nada de meteoritos. Ahora empieza lo bueno.
Lo más sorprendente de toda esta zozobra es comprobar que nada nos sorprende y, en caso de hacerlo, dura poco, un párpado nervioso y a por lo siguiente. Será porque la imposibilidad de vivir en este continuo y nostálgico ir y venir hacia delante nos convierte en pedazos de carne extraordinarios con la capacidad de restarle importancia al entorno y sus derivas. Con la excepción del hambre, el amor y el miedo, el resto parece disolverse, desaparecer sin dejar huella. Bueno, y el dolor. Eso también.
De manera previsible, el paso del tiempo seguirá tentándonos con absurdos descubrimientos, sirviéndonos de sudoku hasta arañar una estación más cálida en la que poder celebrar a expensas del olvido. Mientras llega, quizás lo único digno de ser reseñado sea comprender que, en estos casos, la supervivencia es obligatoria, incluso aún más que el aprendizaje. Que cada uno lo haga a su manera, desangrándose hasta que el torniquete comience a hacer efecto.
