¿Todos los humanos nacen siendo buenos?

«Todos los seres humanos nacen siendo buenos». Con estas palabras, Choé Zhao recogió anoche su Oscar a la mejor dirección por «Nomadland». En un momento en el que la intolerancia, la maldad y el asco —manifestación más primitiva del odio— dominan debates, paredes y aceras, sus palabras resuenan de una manera especial. Quizás el hecho de ser mujer y la primera asiática que recoge la estatuilla en esa categoría también influya. No miente. Su película muestra a un grupo de nómadas incapaces de encajar en cualquier sitio por fotogénico que sea, incluso dentro de ellos mismos. Ni siquiera la libertad de moverse en furgoneta basta para dejar atrás una evidencia atroz: son gente buena, y además están solos en una cadena de montaje.

Resulta que la bondad innata es limitada. Somos capaces de reconocer el bien y el mal y, sin embargo, debido a la lógica de un mundo apuntalado en el «nosotros» contra el «vosotros», terminamos haciendo(nos) daño. Los personajes de esta historia representan ese «nosotros junto a vosotros», una comunidad aparte que, al igual que su directora, se empeña en perfeccionar la ayuda al prójimo, el intercambio de historias como ungüento, el disfrute colectivo de una puesta de sol en torno a un bidón de gasolina.

Más allá del debate sobre lo buenos que un día nacimos y lo malos que acabamos siendo antes de que la muerte nos separe (de nuevo), aferrémonos a la mirada de Frances McDormand, acuosa, firme, ceñida a la siguiente curva. De pronto, Fern, un personaje que encuentra en la huida la excusa para levantarse cada mañana, es capaz de explicar sin palabras que el mayor acto de generosidad es la bondad, en el buen sentido de la palabra y el cine.

Nómadas del tiempo

Desde hace algo más de un año, variable amorfa por su incapacidad para no contentar a nadie, el tiempo gira en paralelo a la tierra, es decir, avanza sin frenos. Así y por mucho que frenemos o viajemos del pasado al futuro —aguantar en el presente es una heroicidad— resulta imposible librarse de ese impulso. Resulta más evidente aún con el paso de las estaciones. Primero fue la primavera de interiores del 2020, después un verano desértico por la falta de turistas. Más tarde el invierno llamó a la puerta de casa —vino en Glovo— para, con el nuevo año, dar el relevo a una primavera que, siendo bienvenida de cara a renovar el vestuario, tampoco convence por la mascarilla. Será cálida y brillante, pero nada trompetera.

Si uno se coge la bicicleta y sale del perímetro de la ciudad, recupera algunas sensaciones. Hay conejos y zorros cerca de los arcenes, los almendros pintan de blanco el paisaje y los ríos vienen cargados. Será la pena y el desconsuelo que sólo se ahogan en la calle Ponzano o la taza del váter… El caso es que vida sigue habiendo ahí fuera, al menos la nómada, una manera de pasar manteniendo cierto apego por la nieve acumulada en los caminos y los agostos de soles como las cerezas.

Los que lo quieran comprobar y no tengan el carnet siempre pueden recurrir a «Nomadland«, la última película de Frances McDormand. En ella, una mujer de mirada en otra parte y envuelta en precariedad recorre su país en una furgoneta-casa. Conduce sin rumbo, guiada por una sensación de pérdida que le lleva a conocer a otras personas con las que comparte desconcierto, desarraigos y la sensación ineludible de que los viejos tiempos, descontados en señales de tráfico, fogatas o litros de gasolina, fueron mejores. Sin embargo, no fueron 2 de abril de 2021, el nuestro hasta mañana.

Ilustración: Saul Steinberg