¿Todos los humanos nacen siendo buenos?

«Todos los seres humanos nacen siendo buenos». Con estas palabras, Choé Zhao recogió anoche su Oscar a la mejor dirección por «Nomadland». En un momento en el que la intolerancia, la maldad y el asco —manifestación más primitiva del odio— dominan debates, paredes y aceras, sus palabras resuenan de una manera especial. Quizás el hecho de ser mujer y la primera asiática que recoge la estatuilla en esa categoría también influya. No miente. Su película muestra a un grupo de nómadas incapaces de encajar en cualquier sitio por fotogénico que sea, incluso dentro de ellos mismos. Ni siquiera la libertad de moverse en furgoneta basta para dejar atrás una evidencia atroz: son gente buena, y además están solos en una cadena de montaje.

Resulta que la bondad innata es limitada. Somos capaces de reconocer el bien y el mal y, sin embargo, debido a la lógica de un mundo apuntalado en el «nosotros» contra el «vosotros», terminamos haciendo(nos) daño. Los personajes de esta historia representan ese «nosotros junto a vosotros», una comunidad aparte que, al igual que su directora, se empeña en perfeccionar la ayuda al prójimo, el intercambio de historias como ungüento, el disfrute colectivo de una puesta de sol en torno a un bidón de gasolina.

Más allá del debate sobre lo buenos que un día nacimos y lo malos que acabamos siendo antes de que la muerte nos separe (de nuevo), aferrémonos a la mirada de Frances McDormand, acuosa, firme, ceñida a la siguiente curva. De pronto, Fern, un personaje que encuentra en la huida la excusa para levantarse cada mañana, es capaz de explicar sin palabras que el mayor acto de generosidad es la bondad, en el buen sentido de la palabra y el cine.

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