Cuidar, respetar, honrar a los viejos

Esos viejos en sus pieles flácidas, de cauce seco, instalados en recuerdos como pupitres al fondo, en sillas de ruedas. Esos viejos a los que se aparta por viejos y mayores. Esos viejos. Porque la novedad manda y ordena, recluye a los pasados a un ángulo muerto a su pesar. Ellos son vida que queda y quedó en alguna parte, que todavía mira hacia lo que nos falta de futuro. Precisamente ahora, con el escaparate del cine concentrado en una hostia, en sus machos y en aquello que nunca debe hacerse, y menos por amor, vuelve Liza Minelli. Lo hace sin haberse ido, envuelta en sus ojos de tormenta y camerino, en canciones que, precisamente por ser clásicas, suenan a recién hechas.

A ella le encomiendan la categoría más importante, claro, la de mejor película. Duda, se desorienta unos instantes porque ya vive encontrada en todo lo vivido y lo que nos hizo soñar. Entonces Lady Gaga, un mito que versiona al mito, la observa con ternura, principio de toda admiración. Liza duda. Gaga se inclina. Liza mira a cámara. Gaga mira a Liza acercando la mirada. «Te tengo», dice la rubia. «Lo sé», responde la azabache. El ganador no importa. Acabamos de presenciar uno de esos milagros cotidianos. Y de pronto, el mundo es un lugar menos hostil, precisamente porque es fósil.

En la vejez está la recompensa, por eso a los viejos se les cuida, se les respeta y se les honra. Viejos.

De cómo una hostia acabó con los Oscar

A veces las cosas se tuercen. De repente, un hermano se mete con el pelo de tu mujer y tú reaccionas dándole una hostia frente a una audiencia blanca a la que nunca le interesó la gala de los Oscar y mucho menos la categoría a mejor documental. El gesto —demostración abstrusa de confianza y poder marital— pasará a la historia un rato mientras el cine queda reducido a un iPad lleno de huellas, las mismas que ahora manchan la mandíbula del presentador. ¡Qué cosas! Una vez más la realidad empeora la ficción, porque los sueños fueron de celuloide una vez y en 2022 las estrellas se pegan en directo.

Pero no hace falta irse hasta ese extremo para cambiar el curso de un tiempo que parece abocado a la incomodidad, el machismo y la cancelación. Poca broma con casi todo y nadie tomándose en serio las historias, realidades paralelas capaces de mejorar un día a día con extrañas similitudes con la entrega de los premios más importantes del cine de acción. Menos mal que Jessica Chastain nació para reinar y hacernos pasar el mal trago, amar, recuperar la fe en un dios que tiene que ser mujer sí o sí.

Gracias a esta edición los calvos están bien representados en Hollywood, de la misma forma que Jonny Greenwood no necesita premios que lo avalen como uno de esos músicos necesarios para una vida digna. Mientras tanto, todos opinamos, elaboramos teorías que nos permitan arrojar pelotas de luz sobre un mundo raro, cada vez más achatado por los polos y que, sin querer, se va preparando para el final del cine tal y como lo conocimos. El honor, en cambio, se mantiene intacto.

Ilustración: Guy Billout

De Javier, de Pe y los envidiados

Cuatro compatriotas en los Oscar de este año, ¡cuatro! Casi todos celebran la nominaciones de Alberto Iglesias y Alberto Mielgo. En cambio, una parte del corral, más o menos la mitad, descarga su malafollá contra Javier Bardem y Penélope Cruz. En ese gesto inútil se concentra nuestro mayor pecado de proximidad: la envidia cargada de complejos, o sea, la española. Si no hubieran nacido en Las Palmas y Alcobendas habría que alegrarse (a la fuerza) por el éxito de lejos, cuanto más mejor. Sin embargo, la pareja remueve algo que nada tiene que ver con su talento. De ahí que por estos lares sea envidiable eso que es bueno.

La razón se suele atribuir a la desconfianza y el resentimiento crónico, aunque ambos cuentan con gran aceptación en, por ejemplo, Francia e Inglaterra. Tanta belleza, tantos ingresos y ese deje de izquierdas… ¡imperdonable! Sí, pero aún escuece mas su triunfo sin trampas, antónimo de medrar, ascender a base de humo y pelotazos. Si «juzgamos» su trabajo en la pantalla —de ahí la nominación—, no hay más remedio que rendirse a la evidencia y darles Goyas, Globos de Oro y sobre todo las gracias por poner un país de pocos en la galaxia cinéfila.

Entre tanto revuelo ante el trabajo bien hecho, olvidamos un detalle importante. Los actores dependen de los demás para desempeñar su oficio: un teléfono que suena cada vez menos, personajes destinados a ser fotogramas y emoción, aquel casting que lo cambió todo. Quizás pensar en ello pueda ayudarnos a discernir al ciudadano y sus circunstancias del personaje que interpreta ese sueño de cine. Ahí, lejos de la furia y por una vez, estaremos todos de acuerdo. Sois maravillosos.