A veces las cosas se tuercen. De repente, un hermano se mete con el pelo de tu mujer y tú reaccionas dándole una hostia frente a una audiencia blanca a la que nunca le interesó la gala de los Oscar y mucho menos la categoría a mejor documental. El gesto —demostración abstrusa de confianza y poder marital— pasará a la historia un rato mientras el cine queda reducido a un iPad lleno de huellas, las mismas que ahora manchan la mandíbula del presentador. ¡Qué cosas! Una vez más la realidad empeora la ficción, porque los sueños fueron de celuloide una vez y en 2022 las estrellas se pegan en directo.
Pero no hace falta irse hasta ese extremo para cambiar el curso de un tiempo que parece abocado a la incomodidad, el machismo y la cancelación. Poca broma con casi todo y nadie tomándose en serio las historias, realidades paralelas capaces de mejorar un día a día con extrañas similitudes con la entrega de los premios más importantes del cine de acción. Menos mal que Jessica Chastain nació para reinar y hacernos pasar el mal trago, amar, recuperar la fe en un dios que tiene que ser mujer sí o sí.
Gracias a esta edición los calvos están bien representados en Hollywood, de la misma forma que Jonny Greenwood no necesita premios que lo avalen como uno de esos músicos necesarios para una vida digna. Mientras tanto, todos opinamos, elaboramos teorías que nos permitan arrojar pelotas de luz sobre un mundo raro, cada vez más achatado por los polos y que, sin querer, se va preparando para el final del cine tal y como lo conocimos. El honor, en cambio, se mantiene intacto.

Una gala absolutamente surrealista y para colmo el puñetazo machista del que luego nombraron mejor actor. Alucinante!!! Cómo bien dices, es el final del cine tal y como lo conocíamos porque de las películas premiadas, casi ninguna me ha gustado.
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Es una gala lenta, absurda en la que ya no se sueña y se muestran los modelitos más caros. Todavía se hacen películas inolvidables pero son una excepción entre tanta hostia y humo.
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