Guillotina para Luís Medina

Luis Medina es un pijo. Su naturaleza extractiva le lleva a pasear en bata al perro y a cobrar, supuestamente, comisiones millonarias mientras el pueblo muere en masa. Entonces surge la conciencia de clase que poco tiene que ver con el odio al rico, sino contra los parásitos que prosperan con un par de llamadas. La alta suciedad gobierna por detrás y dando, sonríe más blanco y mejor, genera riqueza a costa del currito y además se la queda. Lo llaman libre mercado, de ahí el anhelo de la guillotina.

Su mecanismo era muy simple: el reo se arrodillaba ante la báscula y encajaba el cuello dentro del cepo. Acto seguido, un verdugo gordo y desbordado por el curro accionaba un resorte y la cuchilla descendía sobre la cuarta vértebra cervical. Rápido, poco higiénico y la mejor manera de garantizar la igualdad ante la muerte tras la desigualdad en vida. Maldita nostalgia. De momento habrá que conformarse con que la injusticia siga su curso y el abogado de Medina le libre de cualquier condena, de ahí el privilegio.

Tanta fantasía deja al margen a Alberto Lucero, su socio en esta empresa caracterizada por el altruismo y las ganas de sentirse útiles. De él fue la idea de convertir las comisiones en barcos para surcar los canales de Sotogrande, mirar la hora en relojes carísimos y dormir en suites a 10.000 euros la noche. Se limitaron a poner en práctica las aspiraciones de tantos, los mismos que miran el cuerpo sin fijarse en la cabeza. Resulta que cuando odiamos a alguien, odiamos algo que está dentro de nosotros. Qué cosas…

Ilustración: Riki Blanco

Los Franco no roban…

Mientras el mundo miraba hacia el oeste, un poco en búsqueda de nuevos aires, otro poco por ver perder a Trump, los Franco fletaban una caravana de camiones para continuar con su expolio colectivo. Y es que esta familia modelo, indigna heredera de un dictador que, por mucho que se empeñen sus detractores, sigue vivo y coleando dentro de una cripta de lujo en El Pardo, se ha acostumbrado a salirse con la suya. Siempre. A pesar de manifestar con actos subrepticios ese patriotismo tan plus ultra, su destino es inversamente proporcional al del resto de españoles, nostálgicos o progresistas, que observan cómo el clan «cazadotes» se queda con el contenido íntegro del Pazo de Meirás, continente público y ajardinado que desde el domingo resuena como un cuarto de baño.

Pero así funcionan ellos, entre la impunidad de la justicia miope y la pasividad de un pueblo que en estos momentos tiene cosas más importantes en las que pensar, quizás en las cristalerías, cuadros, tapices, armas, bargueños, trofeos de caza y cuadros de Álvarez de Sotomayor o Zuloaga que, próximamente, terminarán decorando el salón del chalet de Carmen Martinez- Bordiú o apilados en alguna de sus 85 viviendas, 264 plazas de garaje, tres fincas, la Casa Cornide de A Coruña y un sótano con vistas al pasado más tenebroso.

A falta de operación salida no hay nada mejor que una operación mudanza de objetos ajenos en nombre de la superviviencia de ¡España! Ante semejante panorama y aprovechando que a partir del 10 de diciembre el Pazo de Meirás pasará a ser propiedad de cuarenta millones de compatriotas, la mejor manera de celebrarlo sería visitar la finca en cuestión, bajarse la bragueta y apuntar bien alto mientras pensamos que Franco no era un dictador, aunque ejerciera la dictadura y esto no es un robo, aunque sea a mano a armada.

Ilustración: Daniel Stolle