Rocio Monasterio, la buena Juanita

«Juanita es una niña que aún no ha cumplido los ocho años. Es muy cariñosa con todo el mundo y, por lo mismo, todos la quieren y le desean mucho bien. Además de ser muy buena es muy estudiosa. Su mamá va enseñándole poco a poco los quehaceres de la casa. También va a la escuela y escucha con mucha atención las explicaciones de la Maestra: se fija mucho en lo que ésta le dice, y lo conserva en la memoria para practicarlo. No cabe duda que, siguiendo así, llegará a ser pronto una mujercita de su casa».

Este es un extracto de «La Buena Juanita», libro adaptado por Saturnino Calleja —el de los cuentos— en 1890 y que pretendía ser un manual de urbanidad femenina, compendio ejemplarizante y formativo de la esposa perfecta cuyo comportamiento venía caligrafiado desde la más tierna infancia. En aquella época, las mujeres —los hombres aspiraban a todo— que aplicaban el manual con devoción casi religiosa terminaron recibiendo el apelativo de buenas Juanitas, eufemismo para ocultar que, en el fondo, eran más malas que Satanás.

Y bien. Llega el 2021 y con él Rocio Monasterio, una mujer que sonríe pizpireta, ama de su casa y de su mundo dislocado a la derecha, guitarrista ocasional, cazadora y amante de todos los clichés que vinieron del pasado rancio para definir el presente oscuro. Así es ella, un antidemócrata de libro que se comporta en público como un vulgar matón. No cabe duda que, siguiendo así, llegará a ser pronto una amenaza imparable… excepto si votamos contra ella.

El enemigo de Vox es la realidad

Ayer muchos vimos el cartel de Vox en la estación del Cercanías. Fondo verde ejército, el Pirulí y Rocio Monasterio mirando al horizonte escoltada por un Abascal a los micros. Nada de nuevo; dos fachas muy fachas hacen campaña bajo el eslogan «Protege Madrid». Pero ¿de quién? ¿De los comunistas? ¿De los menores inmigrantes que llegan solos a España? ¿De los colectivos LGTBI? Mamporreros del enésimo mantra neoliberal contra el Estado y a muerte con la privatización vuelven a demostrar una capacidad innata para alentar el miedo. Como siempre, el enemigo al que señalan posee dos caras. Una permanece oculta detrás del muro, invisible, promesa incumplida. La otra, vista desde lo alto, tiene la forma de un espantapájaros.

Sucede lo mismo en las escuelas. Los abusones se ensañan con los más pequeños, demuestran su fuerza en contraste con la pasividad —el resto, como en el tren, solo mira— para lidiar con el día a día. Así y desprovistos de argumentos, tratan de desviar la atención hacia los otros, a poder ser sin derecho a réplica e ignorando la peor de las certidumbres: el enemigo que buscan está en ellos. Parece que hablamos de la guerra. Pero no. ¡Más madera, esto es la política!

Frente al cartel del odio detecté algún gesto contrariado, poco asco en general. Sin embargo, ninguno nos paramos a intentar descubrir el truco, la mentira concentrada en dos palabras y una candidata que hace del odio su bandera. Decía Borges que «hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos». La realidad sigue sacando partido de la ficción, y eso es, además de inmoral, muy sucio.

Ilustración: http://sergioingravalle.de/