«Juanita es una niña que aún no ha cumplido los ocho años. Es muy cariñosa con todo el mundo y, por lo mismo, todos la quieren y le desean mucho bien. Además de ser muy buena es muy estudiosa. Su mamá va enseñándole poco a poco los quehaceres de la casa. También va a la escuela y escucha con mucha atención las explicaciones de la Maestra: se fija mucho en lo que ésta le dice, y lo conserva en la memoria para practicarlo. No cabe duda que, siguiendo así, llegará a ser pronto una mujercita de su casa».
Este es un extracto de «La Buena Juanita», libro adaptado por Saturnino Calleja —el de los cuentos— en 1890 y que pretendía ser un manual de urbanidad femenina, compendio ejemplarizante y formativo de la esposa perfecta cuyo comportamiento venía caligrafiado desde la más tierna infancia. En aquella época, las mujeres —los hombres aspiraban a todo— que aplicaban el manual con devoción casi religiosa terminaron recibiendo el apelativo de buenas Juanitas, eufemismo para ocultar que, en el fondo, eran más malas que Satanás.
Y bien. Llega el 2021 y con él Rocio Monasterio, una mujer que sonríe pizpireta, ama de su casa y de su mundo dislocado a la derecha, guitarrista ocasional, cazadora y amante de todos los clichés que vinieron del pasado rancio para definir el presente oscuro. Así es ella, un antidemócrata de libro que se comporta en público como un vulgar matón. No cabe duda que, siguiendo así, llegará a ser pronto una amenaza imparable… excepto si votamos contra ella.
