Nunca hay una buena manera de dejarlo

Dejar a alguien representa un duelo menor. También la manifestación más humana del daño al otro. Porque o se deja o uno se deja ir. De lo contrario, dos se convierten en prisioneros de algo que no existe y que se mantiene de la peor manera: alargándolo. Nunca cuadra. Es martes y hay resaca, mejor más tarde. Y pasan semanas, meses, años. De ahí el miedo al abandono. Entonces, llega el día. Respiramos bajito antes de dar el paso. Hay muchas formas de dejarlo que, en realidad, son dos. Del «no quiero estar contigo» uno se cura. De una desaparición… Luego está la mentira. Pero esa resta.

«No quiero estar contigo» implica el uso de la sinceridad como bola de demolición. Decir la verdad supone un gran disgusto, uno solo. Después lágrimas, silencio, adioses. El problema está en su uso indebido, cuando la verdad aspira a ser demasiado precisa, demasiado verdad. Aporta fechas, lugares, un pasado de cera hecho presente perfecto. Esa verdad nunca grita, arrasa como buena hija del desencanto. Representa la mejor opción si se maneja con cuidado. Y casi nadie sabe hacerlo.

Desaparecer, práctica de cobardes… entre los que me incluyo. Muy extendida, sucia, deja todo en suspenso, como el olor a flores de los mercados. Se ha normalizado tanto que, poco a poco, va perdiendo su invisibilidad para agrietar los ojos de la gente. A los cobardes también nos abandonan. Ya me lo advirtió mi padre: «de la mentira nunca se vuelve». La mentira tiene forma de piedad y tripas de abandono. También cuando es piadosa. Si tienes que dejarlo, intenta hacerlo bien, aunque nunca haya una buena manera de hacerlo.

Ilustración: Joan Cornellà

Hoy me ha pedido perdón por no quererme

Hoy me ha pedido perdón por no quererme. Lo hizo con un mensaje de texto, en voz baja. A veces, las cosas se escriben para huir, única forma de que existan. De pronto la costumbre da paso al recuerdo, lo vivido adquiere la dimensión del sueño. Sí, fuimos el tiempo en los años y esos años en los que la vida reclamaba un espacio para dos ahora disuelto. ¿Realmente vivimos? He tenido que leerlo varias veces para caer en la cuenta de que ahora, solo y con las manos manchadas de pintura, soy consciente de estar viviendo. Extraña forma de latir, siempre hacia delante, siempre mirando atrás un poco.

Nunca sabremos si es mejor callar, huir, enviar un mail o dar explicaciones. La ruptura convierte cualquier razón en algo superfluo, innecesario por doloroso, un intento de pegar cristales para recomponer reflejos de dos por separado, espejo raro. Estamos, sí, en cada destello, también en ninguna parte. De ahí que nunca haya una manera de hacerlo bien. Quizás civilizadamente, peor.

El amor ya no se sirve. Entonces me levanto de la mesa, doy las gracias y cierro al salir. Ni la ausencia asesina ni el dolor dignifica las desgracias. Queda un consuelo al que aferrarse que depende del tiempo, el mismo que nos deshizo. Hoy me ha pedido perdón por no quererme, repito. Guardaré la frase en la memoria y, dentro de unos meses, puede que en invierno, la leeré en voz alta frente al sol que se desliza por detrás del parque de Islas Filipinas. Sonreía, dirán los corredores que me vean. Y así con todo.

Ilustración: Guy Billout