Iñaki Williams, el silencio como réplica

«El silencio es la réplica más aguda». Esta frase, atribuida a Chesterton, refleja como pocas la necesidad de callarse cuando lo único que hay a nuestro alrededor es un olor a orín desprovisto de origen y cuyo final se antoja, cuanto menos, lejano. Y es que ayer, un futbolista vasco, negro y de mirada acuosa dejó en evidencia el discurso de este fascista blanco y de mirada gamada empeñado en convertir el racismo y la xenofobia en su principal arma para obtener votos. Ante las palabras de Santiago Abascal «el que entra ilegalmente en nuestra casa, en España, en nuestro suelo, debe abandonar toda esperanza de trabajar legalmente», Iñaki Williams se rascó el párpado izquierdo y se limitó a responder «si te dijese lo que pienso realmente creo que me metería en un problema». Y así un deportista se convierte en una figura política, necesaria, universal.

Porque raras son las veces en las que, en cuestiones tan relevantes, se tira de la antipalabra, de la reflexión callada, de evitar abrir la boca para contarlo todo, quizás debido a que la sabiduría siempre es taciturna, quizás a que callarse no implica silencio. En cambio es tan fácil rajar que cualquiera puede dar un mitin o un concierto y dejar en el aire una sensación de agresión, de tarjeta roja y vítores. Así, Abascal, nacido en Bilbao, representa la amenaza desde dentro; Iñaki, también bilbaíno como bien indican sus colores, la esperanza traída de fuera.

Por fin un chico que se dedica a correr y dar patadas a un balón deja en evidencia a todos aquellos que apuntan al enemigo más débil, a ese que salta la valla en búsqueda de algo que se parece a la dignidad, tan fácil de deletrear, tan difícil de obtener en vida. Para aquellos a los que se la suda lo que pueda decir un futbolista decirles que no dijo nada. Para aquellos a los que sí les importa decirles que lo hizo con un silencio. Y por fin las dos Españas se reconcilian sin querer. Athletic 1— 0 Vox.

Ilustración: andrecarrilho.myportfolio.com

Sangay Abascal, el homo facha perdido

Cuando pensábamos que lo de los coches y la Díaz Ayuso era insuperable, llega el ‘chulazo’ de Santiago Abascal y en un un minuto y cuarenta y dos segundos de intervención convierte el Congreso de los Diputados en un fenómeno ‘paraanormal’. Su proclama —que incluía a todos los españoles independientemente de su color, edad, sexo y ¿orientación sexual?— es una entelequia tan sobrecogedora que, de pronto, el algoritmo de Google no sabe si incluirle junto a Ernst Röhm, patrón de la ‘Gaystapo’, o si nombrarle sucesor de Pedro Cerolo… con una Smith & Weeson en el paquetón.

Así es como el hombre del traje ‘apretao’ insta al gobierno a alejarse del odio y la idolatría contra personas de cualquier condición, apela al amor libre y la humanidad, y se vanagloria de no despreciar a nadie por su tendencia carnal sin desaflojarse la corbata. Tras el silencio sonoro del hemiciclo es inevitable pensar en Vox como ese partido integrador e inclusivo en el que los gays son maricones y comealmohadas, la homosexualidad se cura y sus integrantes esgrimen el típico «yo tengo muchos amigos invertidos» con un pin parental en la solapa.

Revelada la cara del cinismo en modo cuero —Sangay Abascal sería la reina del «Strong«—, cuesta entender un poco más a sus votantes gays, más convencidos que nunca de que una cosa es el programa electoral y otra la acción política, como si la fantasía de verle algún día en una carroza del Orgullo fuera más poderosa que el peligro que representan para las minorías. Resulta que también lo son para todos los demás.

Ilustración: Filippa Edghill

Si votas a Vox eres un palurdo, pero muy bien representado

Admiren esas piernas de gladiador, esa mirada oteando el horizonte de España, «Una, grande y libre» (sobre todo la de Santi Abascal), esos brazos  en jarras por encima de las nubes, ese pecho, ese paquete.

Hay que reconocerlo: el «carnicero supremo» de VOX (no intenten buscar un significado para estas siglas porque no es más que un latinismo enraizado en la conciencia colectiva de aquellos que carecían de voz… hasta ahora) ha revolucionado el panorama político nacional apelando a los valores de siempre, esos que creíamos superados, pero que renacen en una maniobra de marketing burdo y efectista que, apelando a los sentimientos, a la bandera, a amar a la patria como a tus padres y otra vez a la bandera, ha calado entre los andaluces,  hartos de los excesos de un PSOE corrupto y necesitados de hacerse oír al otro lado de Despeñaperros.

Por una vez —y eso tiene un mérito indiscutible en política— si votas a Vox sabes exactamente quienes son tus representantes porque, por suerte o por desgracia, aquí no hay caretas: católicos, conservadores, toreros, fumadores de puros, antiabortistas, antifeministas, patriotas y toda la gama de fascistas que permanecía oculta entre el liberalismo preppy de Ciudadanos y el neoconservadurismo de pulsera del PP

Como siempre en este país hemos llegado tarde y a Santi Abascal se le adelantaron Marine Le Pen, las pateras repletas de personas en búsqueda de una vida digna, Trump, la enésima crisis que desató la ira contra los bancos transformada en una profunda indolencia, Matteo Salvini, las ideas de muros entre países con los mercados bursátiles volando sobre nuestras cabezas, los presos políticos en Cataluña, (…), material suficiente para que la bola fuera demasiado grande como para ser ignorada… hasta la irrupción de VOX.

Ahora ya lo sabemos; si votas a Vox eres un palurdo, alguien que no se ha parado a pensar en las consecuencias de imponer el bienestar de unos pocos frente a algunos más, incapaz de descifrar el misterio de una contra todas las opciones, de grande contra muchos pequeños, de libre frente a un espejismo que dura lo que Santiago Abascal tarda en sacarse su pollón en el pico de la montaña más alta y mee contra el viento. Esperemos que sea pronto…