El efecto boina de España

Vaya por delante que la boina es un invento magnífico. Calienta en invierno y en agosto nos libra del Aftersun®, e incluso mantiene a raya a las hordas de moscas cojoneras. Sin embargo, por una de esas razones que nunca llegaremos a comprender, está asociada indefectiblemente a las pedanías y el olor a purín, como si los habitantes de la gran ciudad no se comportaran cada día al más puro estilo Atapuerca; eso sí, vestidos del Bershka y esgrimiendo cierta superioridad moral. Señalado el problema, quería poner de manifiesto que ayer por la noche, a pocas horas de decretarse el cierre a regañadientes de Madrid, miles de urbanitas aprovecharon para ir a los bares, hacer una escapadita de fin de semana, la última del verano, exprimir los minutos antes de las 22:00 sin caer en la cuenta de la muerte, firmemente instalada en la capital por esa mezcla de incompetencia y el «efecto boina».

Porque este efecto, derivado del doblaje de películas extranjeras, los cubatas aderezados con el típico «tú me dices hasta dónde, majo», la alta consideración de la picaresca en la sociedad patria y la necesidad — siempre vinculada al arte de la envidia— de censurar lo distinto y dinamitar la creación de comunidades dentro de regiones dentro de países, nos lleva a imitar el comportamiento de nuestros gobernantes, esos a los que se tilda de mediocres, o malos malísimos.

Y claro que estamos hasta el coño, aturdidos, desbordados por un tiempo a la deriva, pero «más llevadera es la labor cuando muchos comparten la fatiga» que dijo Homero, oriundo de Grecia y conocedor de una manera de ser que hoy es portada en los periódicos de todo el mundo. Quizás el experimento no fuera este virus, sino esta España con una bestia en su interior.

Ilustración: https://www.dutchuncle.co.uk/noma-bar

Si solo fuera la bandera…

En este país, la derecha es experta en secuestrar símbolos. Y es que el problema de la bandera rojigualda, cuyo origen se remonta a 1785, es solo la punta del iceberg en un tira y afloja que, de momento, ganan esos patriotas a los que la muerte de Franco no dio sepultura. Lo abarcan todo, incluso las palabras. De este modo, fascista se emplea indiscriminadamente contra el votante de Podemos, la libertad es patrimonio del rico y el ejemplo más claro de dictadura es un gobierno socialista elegido en las urnas.

1906. Aquel año nace «Suspiros de España», pasodoble convertido en himno por la Piquer. Como siempre, el régimen se apropiaría de un género universal que terminaría engrosando el catálogo de la canción española. Serían Concha Buika y Miguel Poveda los responsables en gran medida de liberarle del yugo y devolver la copla al pueblo. ¿Y qué decir de los toros como fiesta nacional? En todo caso será para la minoría, es decir, los de las manifestaciones en coche, el chaleco de entretiempo y misa de doce.

Pero no solo se conforman con lo tangible, «El ojos verdes» y la estocada, sino que ahora, también se adueñan de la pandemia, reclamando para sí un espacio que no les corresponde, ignorando el trabajo del personal sanitario y ondeando símbolos que son de todos… cuando marca Iniesta. Esa es su estrategia: dividir y vencer. A la izquierda los del pijama en casa; a la derecha los españoles de pro. Cuando se enteren de que los «suspiros» son una confitura de avellanas quizás nos entreguen lo que es nuestro, de lo contrario habrá que arrebatárselo.

Ilustración: Federico García Lorca