Todavía resuena el 11S

Hace veinte años un mundo sin párpados se desplomaba ante las Torres Gemelas. También lo hacía la gente dentro del mundo, una versión joven que recuerda dónde estaba a las 14:46 precisas de un martes. Era la hora del perrito caliente o el principio de la siesta, y por primera vez asistíamos al nacimiento de la guerra en directo. Palabra extraña la palabra guerra, más teniendo en cuenta que la paz resulta inalcanzable. En apenas unos segundos, la realidad se convertía en nube de humo y extrañeza, superando a la ficción sin intentarlo, igual que el dedo que toca el mando que cambia de canal.

Mirar en aquella Panasonic cúbica de casa implicaba hundirse en la materia de la que está hecha el horror, la que distorsiona la hora en los relojes, la que se pregunta qué sucede cuando lo peor nunca se deja atrás. Y a eso no podíamos renunciar, no, tuvimos que seguir mirando. Luego llegó el silencio fileteado por la voz en hilos de Matias Prats, testigo involuntario de una noticia que aún retumba como el primer día, el primero de las vidas de muchos neoyorquinos y españoles. Porque al igual que podemos sentir como propias las desgracias ajenas, a partir del 11 de septiembre los años se cuentan por distancias.

Theodor Adorno, 1944: «Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie». Resulta que tenía razón. Como siempre, ignoramos los consejos de los que más saben y ahí seguimos, escribiendo desde 2001 para juntar los pedazos del 11 y el 77 de American Airlines, del 175 y el 93 de United Airlines, intentando en vano devolver aquellos aviones y su pasaje al lugar al que pertenecen, entre la tierra y el cielo, ahora recuerdo. Extraños los juegos de la memoria, más aún la capacidad de muchos para continuar andando, volando estando rotos. El tiempo no cura, solo alivia. A las pruebas me remito.

Ilustración: Anónimo

Jon Biden: la senda de la pérdida

Amanece y, aunque lejano, se percibe en el aire un murmullo procedente de la calle. Quizás no aquí, pero sí al otro lado del Atlántico y por tanto en la pantalla de nuestros móviles, caracolas pasadas por el filtro de la tecnología. Resulta que habrá un nuevo presidente a la cabeza de un mundo con cuatro polos convertido en antesala del frío y los días cortos. Pero así son las cosas y, pesar de la victoria, hay una gesto de tristeza en la pupila de Joe Biden, hombre-saco de 77 años incapaz de burlar el desgaste sufrido para ocupar el número 46 de una lista que incluye a algunos hombres buenos y otros detritos con la consideración de humanos.

Hijo tartamudo de un vendedor de coches y Catherine, Joseph Robinette Biden Jr. se licencia en Derecho y poco después, con apenas 29 años, alcanza el puesto de senador más joven del estado de Delaware, cargo que ostentaría hasta el 2002. Entre medias perdería a su primera mujer y a su hija en un accidente de coche y a otro hijo, también abogado, a causa de un cáncer de cerebro. Partidario de la guerra y de limitar la venta de armas ha tenido que enfrentarse a varias demandas por tocamientos inapropiados y a una denuncia por acoso sexual.

A pesar de todo, ha conseguido un sueño con tientes de pesadilla, por lo vivido con ojos abiertos y confrontar a un adversario que representa todo lo que la mitad de la población mundial detesta y venera a partes iguales. Al menos lo hace acompañado de Kamala Harris, probablemente la única razón para creer en el futuro, sea lo que sea que signifique una palabra que este 2020 se ha encargado de silenciar. Por esa razón hoy cualquier murmullo es recibido con una sonrisa rasgada. Me pregunto si le habrá merecido la pena tanta pérdida…

Ilustración: Daniel García

¿Habemus POTUS o qué?

No sé a vosotros, pero la espera por la elección del nuevo jefe de este orden mundial venido a menos se me está haciendo insoportable. A mí y a Rafa, claro. Y es que la fumata blanca no sale de la Casa idem, y el tiempo pasa, nos vamos haciendo pequeñitos pequeñitos como la amígdala de Trump y nuestras súplicas son ignoradas por los astros y unos pocos estados con nombres intercambiables en el papel y el rosario: Georgia, Omella, Arizona, Nevada, papa Francisco… Da igual lo que recemos o a quién, porque han pasado 24 horas desde la última vez que lo miré y Biden sigue a seis votos, seis Gólgotas como seis hermanos de un padre carpintero, inamovibles, suspendidos en un tiempo sin autor y con un nudo más que probable en forma de protestas masivas. Entonces qué, ¿habemus POTUS?

Para aquellos a los que estas siglas les deje fríos como una noche con toque de queda, decirles que se trata de la manera vaga con la que referirse al President of The United States, vamos, un cargo religioso repleto de connotaciones domésticas que al menos nos está sirviendo para pensar en cosas menos mundanas. Sobre todo cuando vemos a una parte de los habitantes de la nación más poderosa del mundo comportándose peor que Macarena Olona en un día aciago.

Pero así estamos, en este vilo con la cara chusca de dos hombres blancos, viejos y heterosexuales que aspiran al trono para dominar la Tierra, Jesucristos del Twitter y la trifulca mediática empeñados en dar esperanza a un pueblo extenuado que, sin embargo, se niega a renunciar a la lucha. Será porque es verdad que en ese país cualquiera puede ser presidente. This is America, palabra de Dos.

Ilustración: John W. Tomac

Queremos igualdad, equidad y justicia

Hace años que los Estados Unidos marcan el ritmo del consumo como religión, la pauta de un mundo a la caza de mariposas fugaces. El ‘porno asesino’ tristemente protagonizado por George Floyd ha entrado en la conciencia colectiva de los españoles y, mientras el país de la libertad arde ante la mirada de un presidente estrábico, una Biblia y un bidón de gasolina, las redes sociales se funden a negro en un gesto cargado de buenas intenciones, pero que flirtea con la pose si solo pertenece al martes. Y es que queremos igualdad, equidad y justicia… todos los días.

La cuestión es que para obtener estos ‘bienes’ tan escurridizos es necesario organizarse, romper inercias y censurar comportamientos, protestar muy alto evitando convertir las casas en cenizas, precisamente porque son el único refugio en el que resguardarse durante la tormenta. De lo contrario esteremos avivando el fuego del poder en su versión más sucia.

¿Es necesario que suceda algo parecido en España para que reaccionemos de una vez? ¿No es suficiente con el vídeo de la señora rebuscando entre la basura ante el paso de los manifestantes para rebelarnos contra los sicarios de la bilis y las banderas? Resulta que lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia; resulta que ser moderado a día de hoy es como hacerlo con condón; resulta que esperar un minuto más es sinónimo de parada cardio-respiratoria. Ayer se apagó el mundo de nuevo, hoy tendremos que encenderlo algo mejor.

Ilustración: yamamotomasao.jp